Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

jueves, 31 de diciembre de 2009

Me consta que hoy comienza una nueva vida

Hace tiempo que no oía su respiración paralela a la mía. Tal vez no debería de comenzar así esta nueva página, pues el lector querrá conocer más detalles de la explosión. Pero sólo quiero dejar claro que sintiéndole a mi lado, todas mis preocupaciones se esfumaban sin dejar rastro.
Está bien, lector, voy a comenzar de nuevo.
Fue algo muy imprevisible. Quiero decir, que sufrir una explosión a estas alturas todavía me asombraba, aunque debo decir que debería de haberlo sospechado. No sé por qué, él todavía permanecía a mi lado. Fue difícil para mí que me soltase. Necesitaba respirar. Sobretodo, necesitaba ver lo que había sucedido con mis propios ojos aún llenos de ese agua especial que sale de tu cuerpo y no sabes ni cómo ni por qué se genera, pero sabes que ha sido por algún sentimiento del que ya no has podido reprimirte. Lágrimas, lector, lágrimas.
-¿Estás bien? - preguntó él con voz trémula.
-Em... - titubeé intentando buscar una respuesta apropiada – Te mentiría si te dijese que sí, y a la vez no lo haría. Pues físicamente me encuentro a la perfección, pero emocionalmente mi mundo está patas arriba.
-Entiendo. Aunque, debemos de ver lo que ha sucedido – me cogió de la mano – No me sueltes, puede ser peligroso.
¿Qué? ¡Por favor! ¡Ni que hubiésemos sufrido un atentado! Me llegaba a hartar en algunas ocasiones su faceta de protector insoportable. Sobretodo cuando una ya es mayor de edad. Me rebelé, pues era inadmisible. Aunque he de reconocer que no era su culpa por completo.
-Alex, suéltame – dije seria y sin rodeos. Sonaba algo estricta, he de decirlo.
-No.
Tampoco quería montar un escándalo. No me opuse.
Mientras caminábamos, pensaría que soy una total desagradecida. Me sentía exactamente como cuando él subía las maletas en las escaleras del majestuoso hotel. Quizá esta vez con un sentimiento de culpa mayor, pero siempre manteniendo la misma línea. Lo curioso era que todos los sentimientos negativos, impulsivos, desafiantes, vergonzosos, etc sólo los sentía con él. Con ninguna persona en la faz de la Tierra me sentí culpable. En mi vida. Ni tampoco arrepentida. Bueno, miento, porque sí lo sentí; no a este nivel, eso es cierto.
¿Entonces que se suponía que debía pensar? ¿Qué él ha cambiado mi vida para bien o para mal? Estaba hecha un lío. Sólo por esa confusa razón le había pedido dos horas, porque lo demás realmente no me importaba. Aunque puede que estando con él, comenzase a acabar con mis dudas. Empecé con la primera.
-¿Por qué dijiste antes que “el tiempo se agota”? - pregunté rompiendo de repente el silencio que se había creado.
-No dudaba, y no dudo, en la posibilidad del ataque. Por parte de ellos, claro.
-¿De los hermanos Tompson? - pregunté crédula.
-Los mismos.
-¿Qué se supone que pueden hacernos?
Todas las preguntas que realizaba, de todas esperaba encontrar una respuesta de Alex, fuera cual fuera. Era el único en el que confiaba en esos momentos.
-De todo – me miró a los ojos por primera vez en lo que llevábamos conversando, me sentí... incómoda – Esa es la única razón por la que quiero protegerte. No puedo prevenir todo lo que nos pueden hacer.
-Sólo quiero saber por qué – pregunté indirectamente con impaciencia, mirándole también a los ojos.
-Cuando estemos solos, cerca de un resplandeciente fuego, en una cabaña apartada y ocultada por pinos de un color verde vivo, con una taza de café entre nuestras manos y nuestros labios a punto de juntarse, tal vez te lo cuente – sonrió forzadamente, pues aún estaba preocupado por lo que había sucedido o podía suceder.
-¿Hablas en serio? - pregunté sarcástica y apartándome unos centímetros de él.
-¿Acaso lo dudas?
Odiaba que me contestase con otra pregunta. He de confesar que yo también lo hacía, porque al hacerlo él, no sé por qué lo comencé a hacer yo también. Una razón pudiese ser que en el fondo me gustaba aquella manía.
Sin yo prácticamente darme cuenta, ya habíamos llegado al lugar en el que suponíamos que se había producido la explosión. Era un camino de tierra húmeda debido a las lluvias vespertinas que habían amainado desde ayer. En el centro de Bonn al menos no habían llegado. El camino no era muy ancho, igual de un metro y medio de longitud. A cada lado del camino, se podían ver con claridad una hilera de setos que no eran ni siquiera de la altura de mis piernas (que el lector se base en que yo medía 1,70 metros) , gracias a su pequeña estatura, puede ver que más allá del camino había largas praderas de un verde claro y que inspiraban cuidado y cariño. A mí por lo menos.
Súbitamente, noté que alguien me llamaba la atención.
-Isobel, mira – Alex señaló el suelo.
Al ver lo que estaba señalando, vi que habían restos de ceniza.
-Esto cada vez resulta más extraño – dije sin dejar de mirar los restos con preocupación.
-Estoy casi seguro de que son de la explosión – dijo mientras se recomponía.
-Yo no estoy tan segura – añadí.
-¿De qué? - me miró extrañado.
-No sabemos qué ha producido la explosión. No todos los artefactos desprenden ceniza. Tal vez hayan producido un sonido con algún aparato móvil y lo hayan conectado a un altavoz para que lo oigamos a metros de distancia.
-Puede ser.
-En ese caso, estás cenizas pertenecen a un cigarrillo.
-¿Quién puede fumar por aquí?
-Cualquiera.
-¿Incluso tú o yo?
-Incluso tú. Porque yo te aseguro que no fumo en absoluto.
-Es imposible, en el momento de la explosión yo estaba contigo.
-¿No ves que lo hacía para picarte? - reí.
-Ya lo sabía – me hizo burla, tal vez para vengarse.
-¿Qué hacemos, entonces?
-Creo – miró su reloj de reojo – que ya nada. Son las 7 y media de la tarde.
-Ahora que lo dices, no he comido...
-Yo tampoco. Pero – me sonrió y cogió de la cintura para llevarme – yo he abastecido la despensa y nevera de “la cabaña mágica” esta mañana.
-No te entiendo – intenté ser seria, aunque no pude, pues su comentario me hizo gracia.
-Yo sabía a la perfección que hoy te iba a encontrar fuese como fuese.
-¿Me has estado espiando? - pregunté ya con enfado anticipado.
-Más o menos – hizo que me parase para mirarle directamente a los ojos – .He pagado la factura de la pensión y he traído tu equipaje a la cabaña.
He de decir que eso me derretía, pues era todo un detalle por su parte. Pero también me enfadé porque no me era de agrado que la gente me espiase. Ahora que lo pensaba, si me había espiado, también me había visto ir a aquel hotel con aquel chico... ¡Oh, no! Quería tirarme por un acantilado.
-No tenías porque hacer eso – dejé de comportarme como una cría y le hablé con fundamento – Aunque, ha sido todo un detalle por tu parte.
-Ah, ¿sí? - no pudo evitar mostrar su alegría - ¡Milagro! ¡Isobel Starduck me ha dado las gracias! - habló de tal forma que parecía que hablaba por un altavoz.
-¡Oh, vamos! - vacilé - No te he dado las gracias, sólo he dicho que has hecho algo que me ha gustado, nada más.
-Mejor me lo pones – musitó cerca de mí aún agarrándome por la cintura.
En ese momento, acercó sus labios a los míos para compensar un beso que ya debía de haberse hecho hace tiempo.
-No sabes cuánto he esperado este momento – susurró sin apartarse de mí.
-No sabes cuánto he dudado en si tú lo esperabas tanto como yo – repetí también en susurros.
Esta vez tomé yo la iniciativa y le besé. No sabía si estaba realmente a su altura. Su beso había sido dulce y a la vez apasionado. Mi beso había sido una especie de devolución al suyo. Aunque desde tiempo memorial ha sido así, ¿no?
-Besas de maravilla – dijo finalmente.
-¿Se me permite decir un “tú también” o ya sería demasiado plagio?
-Se te permite.
-Tú también, besas genial y me alegro de que me hayas besado.
-¿Puedo decir que “nunca te dejaré ir” o sería demasiado cursi?
-Demasiado cursi – bromeé.
-Bueno, ignoraré tu comentario y diré que nunca te dejaré ir.
-Te quiero.
-Te amo.
Me rodeó la cintura y andamos de nuevo, a paso más tranquilo.
Seguramente ese fue el día. Me sentía totalmente a su disposición. Haría cualquier cosa por él, como él por mí. Si él se apartaba, yo me volvía. Si yo me alejaba, él se acercaba. Cualquier cosa, por muy insólita que resultase, era una excusa para formar más parte de él.
“Podrá nublarse el sol eternamente; podrá secarse en un instante el mar; podrá romperse el eje de la tierra como un débil cristal. ¡Todo sucederá!
Podrá la muerte cubrirme con su fúnebre crespón; pero jamás en mí podrá apagarse la llama de tu amor”.
Con este poema cerraré esta página. En ella le he contado al lector como comenzó el amor entre una persona a la que un día agarré y a la que juré que jamás soltaría.

martes, 29 de diciembre de 2009

Ven conmigo, y pasarás de ser una ingenua a una persona sagaz

-¿Qué haces tú aquí? - preguntó con insolencia Amèlie. Ya había bajado la pistola.
-Vengo a defenderla – me agarró por los hombros e hizo que me inclinase en su dirección.
Me sonrojé.
Tal vez el lector crea esta escena algo convencional. Yo estoy en apuros y un amable caballero viene a salvarme. No era exactamente así. El amable caballero en realidad era un canalla. Aunque yo me alegrase de verle, aquella imagen aún no se apartaba de mi cabeza. Aunque yo ansiase que aquellas dulces palabras volvieran a salir de su boca, aún le miraba con desprecio.
“Te quiero, pero sólo me destrozas por dentro” eso fue lo que pensé y lo que yo consideré como nuestra paradoja.
-Lo único que vienes a hacer es a dar por... - Lhumer alzó su mano en busca de pelea.
-No te adelantes, Lhumer – interrumpió la chica rubia mirando a su cómplice directamente a sus ojos azules.
-Vamos a resolver esto como personas humanas – Alex aún permanecía serio e incluso en su interior parecía sentirse impotente. Quizá por no haber podido parar esto desde un principio.
-No hay nada que resolver – intervine yo tímidamente – Está claro que ocultan algo. Y también está claro que no nos lo van a contar. ¿O sí?
-Antes muerta – nos amenazó ella con cabreo – Aunque... - se miró las uñas con disimulo – siempre podríamos llegar a un acuerdo.
-¿Qué? - Lhumer la miró extrañado.
-No te metas. ¡Lárgate!
El chico, horrorizado, corrió hacia el coche y se introdujo en su interior. Parecía como el lacayo y ella la jefa. Una verdadera banda de timadores, realmente como en las películas.
-¿Qué dices?
-Yo no pienso volver a hacer un trato contigo – contestó Alex.
-Ah, ¿no?
-No.
-Si no haces lo que te pido, ella sufrirá las consecuencias. Tú verás.
-¿Por qué me haces esto?
Yo permanecía totalmente al margen. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Cabrear a la chica para que me volviese a amenazar con la pistola y echarlo todo a perder? No, sería inaudito por mi parte. Lo mejor que consideré que podía hacer era mantenerme callada hasta que ellos dos llegasen a un acuerdo. Al fin y al cabo, él lo estaba haciendo todo por mí.
-Te doy veinticuatro horas – la chica se acercó a él con una expresión tremendamente vulgar y asquerosa. Se acercó a su oído izquierdo y le susurró algo que pude captar – Espero que si aceptas, cumplas igual de bien que la otra noche.
Después de decir esto, la loca le dio un beso en la boca (con lengua) delante de mis narices. Era una enemiga que iba armada, por eso no me atreví a replicarle nada.
Cuando terminó de montar su espectáculo, regresó al coche con su hermano. Los dos se alejaron, en el vehículo, a una velocidad increíble, la misma que habían usado para traerme hasta aquí.
Una vez que se fueron, pude hablar a solas con Alex.
-¿De qué va esto? - repliqué con enfado - ¿Crees que puedes darte un beso con una chica en una discoteca mientras me dejas sola en un hotel al que tú mismo me has traído y luego darte uno con otra diferente delante de mis narices minutos después de salvarme la vida?
-No es exactamente así – me miró de reojo, tal vez sólo para comprobar si estaba enfadada de verdad y pensar de antemano en lo que debía decir para arreglarlo todo – Ella... es la misma chica que la de la discoteca, Isobel.
Quizá, una pregunta hubiese sido lo mejor. Lo que hace la gente normal a la que no le gustan los desafíos. Yo hice algo distinto para confundirle mientras observaba como el resplandor de sus ojos penetraba en una botella de cristal rota en diferentes partes. “Me gustas” ¿Eso hubiese dicho yo? Antes muerta. “Te odio” Eso no sería una solución a los problemas. ¿Qué mejor que una buena trampa como reencuentro? Mi corazón en ese momento era como un reloj estropeado y magullado al que han decidido desconectar por si causa más problemas. Aunque se recompusiese, estaría en malas condiciones. Latiría a una fuerza despreciativa. A una fuerza que le despreciaba a él.
-¿Por qué me has regalado esta pulsera, Alex? - mi voz sonó dulce. Le señalé la pulsera de oro que me había regalado en el avión, aún la llevaba puesta. Siempre la había llevado.
Sus ojos dejaron de reflejarse en aquella botella que aún brillaba con algo de fuerza. Mi único objetivo era confundirle. Así, las respuestas fluirían accidentalmente.
-¿Por qué? - insistí mientras le miraba a los ojos y su mente captaba mis sentidos – Tú muy bien acreditaste que me olvidase de todo. En aquel momento parecía que ya nada te importaba. Sólo la dulce fragancia que desprendía una mujer y volver a ver a otra que te esperaba en Berlín. ¿Querías camelarme con esta preciosa pulsera de oro con diamantes incrustados en ella para que me distrajera con mi reflejo y sólo pensara en que ha sido todo un detalle por tu parte?
-¿Te mentí yo cuando te dije que te quería, o al menos cuando lo intenté? - como si de la escena del avión se tratase, me cogió de las manos para envolverme en su atractivo – Te amo, Isobel.
-Me apartaré – dije en susurros – Cuando lo haga, quiero una explicación.
¿El lector duda de mi palabra? Que no lo haga, pues hice lo que yo misma había consagrado.
-La pulsera de oro es tan sólo una demostración – tocó mi cuello con la yema de sus dedos - de amor.
-Explícame tus razones. Explícame tus intereses si existen, o si es algo peor lo que intentar sonsacarme – aparté su mano de mí, no deseaba quedarme impregnada de él. Sólo quería aclarar mis dudas. Aclarar sus intenciones.
-¿He realmente de demostrártelo? - su desafiante mirada hizo que me estremeciera..
-Has – contesté aún con temblores en el cuerpo.
-Lo haré. Tu verdad esta servida, Isobel. Lástima que de ella no te des cuenta.
No podía tan siquiera creer que con pocas palabras la trampa repercutiera en mí. Me rendí.
-¿Qué verdad? - miré resignada al suelo, con la cabeza gacha.
-¿Tú sabes quién es Bill? - él, por el contrario, me miró de hito en hito. Lo sentí. Sentí como su mirada inocente de vez en cuando y feroz en casos extremos me encogía y hacía sentirme exigua – Seguro que piensas - comenzó a caminar alrededor de mi ser. La brisa que creaba al caminar me provocaba escalofríos -, que es un inocente hombre que dedica su vida a la anatomía y que cree en el destino. Sobretodo que adora a sus hijos.
-He de decirte que te equivocas. Sus hijos son unos canallas, lo he podido comprobar porque sé que ocultan algo – yo le miré de nuevo, seria y a la vez cándida.
-Me consta – seguía dando vueltas en mi eje, cerca de mí, demasiado – Pero tú no sabes lo que ocultan.
-¿Acaso tú lo sabes? - expresé con sorpresa.
-Casi – se paró en seco, haciéndome girar a donde él se encontraba para fijar nuestras miradas de nuevo.
-¿Qué quiere decir “casi”?
-Casi quiere decir que distintas pistas que he investigado exhaustivamente me han ido llevando a distintas conclusiones a las que todavía les tengo que buscar una conexión acertada.
-¿Todo este tiempo has estado investigando a la familia Fenessy y te has entrometido en su vida? ¿Te crees Auguste Dupin?
-¡Ingenua Izzie! - dijo con hipérbole - ¡Hay tantas cosas que desconoces!
-¿Qué quieres decir? - especulé seria, pues a mi no me hacia la más mínima gracia.
-Con todo esto quiero llegar a la conclusión de que conmigo – se acercó a mi y acarició mi mejilla izquierda con suavidad - , llegarás a conocer cosas que ni te habías imaginado en un pasado. Serás mi aprendiz y yo tu mentor, ¿aceptas?
Si el lector hubiese vivido esta escena, hubiese aceptado sin pega alguna. Yo era una persona humana, y tampoco rechazaba los desafíos, como he mencionado antes. Sobretodo no los rechazaba cuando era una causa mayor como esta.
-Paso de modelo a detective, ¿eh? - bromeé.
-Exacto, veo que aprendes rápido – su mano aún permanecía en mi mejilla y mi mirada en la misma. Ni tan sólo un segundo podía apartarla para que yo pudiese tomar una decisión, no. Era un empedernido que me hacía perder la cabeza.
-¿Puede dejarme un minuto a solas, señor? - volví a vacilar – Me gustaría que apartarse su mano de mi sonrojada mejilla tan sólo por unos momentos de paz y tranquilidad para mí. Me comprende, ¿no?
-La entiendo. Me parece una mejor definición – como buen mentor, apartó su mano y sonrió con picardía. ¿Quién podía rechazar tal oferta?
Aunque estuviera muy inclinada por la alternativa de decirle “sí”, existían inconvenientes.
Yo era apenas una adulta “estrenada” y él ya era una persona formada. Sí, la diferencia de edad no era mucha, aún así, la de la madurez sobrepasaba ciertos límites. Esos eran unos de los muchos de los incovenientes que había.
Otro importante era que casi no le conocía, ¿qué sabía yo sobre él? Prácticamente nada. Igual todo esto era una trampa para hundirme en la miseria. Necesitaba ayuda en la que confiase más. “Te amo, pero no te conozco” Con esta conclusión, incluso el más bueno podría aprovecharse de mí. ¿Te crees qué era fácil? Por ahora estas reflexiones no resultaban de gran ayuda. Sólo empeoraban lo que ya no se podía empeorar más.
Uno importante para mí era que ese chico no me convenía. O por lo menos estaba en camino. Me había traído hasta aquí,me había engañado, ¿y yo le iba a perdonar con tanta facilidad sólo por el hecho de que había intentado que mi vida durase unos días más hasta que finalmente acabase en peores manos de las que ya estuvo? No me parecía un buen plan en absoluto.
-¡Alex! - le llamé, ya que se hallaba en un extremo algo apartado de lo que era el descampado. No se había ido, eso sí – Debes de dejarme un par de horas.
-No puedo – dijo mientras se acercaba a mi posición – El tiempo se agota.
-¿Qué tiempo? - pregunté con curiosidad.
-El que nos queda para seguir en este mundo – parecía reprimirse de un sentimiento, cuál yo desconocía.
-Alex, no me asustes – le miré con lágrimas en los ojos, no podía aguantar tanta presión.
-Te quiero, Isobel – me abrazó con confianza, como si fuésemos novios incluso.
En ese momento oí una explosión. Me dio un vuelco al corazón. Por una vez no estaba sola, pero aún así, su miedo y el mío estaban imperturbables.

sábado, 26 de diciembre de 2009

Su regreso

-¡Austrie, para! - grité mientras intentaba desenredar sus dedos del cuello señor Fenessy – O tal vez debería llamarte... Amèlie.
-¡Quítame las manos de encima, hija de puta! - de lo que gritó, casi se podría haber jurado que se iba a asfixiar de un momento a otro.
-Cálmate. ¿No ves que lo que estás haciendo sólo te convierte en una verdadera sádica? - llegué hasta a cogerla por los hombros, no sé por qué. Aunque he de reconocer que en ese momento me producía incluso algo de miedo, que me bloqueaba emocionalmente.
-¡¿Y qué?! - comenzaba a llorar desconsoladamente.
¿Qué se suponía que debía hacer en esos momentos de pura desesperación?
-Matándole no vas a conseguir absolutamente nada – ya la había soltado, pues sus manos aún estaban al acecho y mi cuello descubierto.
-¡No entiendes nada, nada! - en ese momento, no sabía realmente si estaba hablando con una persona o con un animal.
Se dirigió rápidamente a la mesita de noche que estaba cerca de la ventana, agarró un jarrón y lo lanzó directamente por la misma, sin tan siquiera correr el cristal.
-¿Qué haces? ¿Estás loca?
Estaba tan preocupada por lo que hacía Amèlie en esos momentos que no me fijé tan siquiera en el estado en el que se encontraba Bill. Tosía constantemente y su piel se había turnado prácticamente a rojo vivo.
-Bill, ¿estás bien?
No sabía qué hacer. La loca continuaba arrojando objetos por la ventana, y si la dejaba a solas con el señor Fenessy, corría el peligro de que intentase asfixiarle de nuevo. Sólo me quedaba la débil esperanza de que entrase una enfermera por la puerta. Pero se me ocurrió una idea mejor.
Me acerqué con sigilo a la ventana que prácticamente estaba desnuda (pues el cristal estaba destrozado) y sostuve a Amèlie durante unos segundos para pedir ayuda por la ventana. Ella fue más astuta que yo, me agarró por el cuello y me inclinó haciéndome bajar la cabeza en dirección al suelo. Todo ello con el propósito de tirarme a mi por la ventana de un modo más sutil.
-Si le salvas, mueres tú en su lugar – dijo con voz amenazante.
No estaba en condiciones de responder. Tan siquiera podía pensar en lo que estaba sucediendo porque a cada segundo me mataba más neuronas. Me faltaba la respiración, era un hecho. Tampoco descartaba lo que venía luego, aunque no quisiese hacer un intento de pensar en ello.
“Hija...”
¿Por qué la voz me llamaba...?
No me lo podía creer. ¿De verdad era ella? ¿Esa que me había educado y había cumplido la mayor parte de mis súplicas?¿La voz era mi madre?
“Ayúdame” contesté. No es la manera más ortodoxa para hacerlo, pero era lo más que se podía.
Ya no aguantaba más. Me rebelé y con las únicas fuerzas que aún residían en mí, alargué mi brazo para librarme de Amèlie. Ella, cómo no, cerró su mano para propanarme un puñetazo. Caí directa al suelo y, por si no fuera poco, mi pierna chocó contra el radiador produciendo un corte del que no paraba de gotear sangre.
-¿Te crees que me puedes? - me miró despectivamente - ¿Crees que tan sólo con un golpe puedes derribarme, como yo he hecho contigo?
Aún así como me encontraba, alargué la pierna sin la herida para hacer que perdiese el equilibrio y cayese en picado. Mi trampa funcionó, justo como yo esperaba. En esos momentos en los que ella sujetaba la cabeza por la herida que tenía, yo me levanté y me dispuse a pegarle un puñetazo; ella apartó la cabeza y lo único a lo que golpeé fue al hierro que sostenía la cama. Ese golpe provocó un gran dolor en mi mano derecha.
“¡Cuidado!” proclamó la voz.
Vi su mano cerca de mi cara, pero esquivé el segundo puñetazo que se disponía a darme.
En ese momento entró Lucas, o mejor dicho, Lhumer.
-¿Qué haces? - le dijo a ella enfadado y abriendo los brazos en cuanto vio la escena.
-Nos va a arruinar el plan – le contestó mientras me señalaba y caminaba para colocarse al lado de él.
-Pues entonces debemos... - levantó las cejas y su expresión se volvió seria.
Ella frunció el ceño.
-¿Pero qué dices, inconsciente?
Yo aproveché ese momento en el que discutían para saltar por encima de la cama del señor Fenessy y salir por la puerta. Como supondrá el lector, mi plan falló en rotundo, incluso empeoré las cosas más de lo que estaban. Lhumer me agarró por donde más me dolía, que era el cuello.
-Ahora si que la has cagado – me susurró con un tono tan amistoso que por un momento me pareció que estaba soñando.
Sacó una navaja, cuál me puso debajo del cuello mientras me lo sujetaba.
-Eh, eh, eh... - irrumpió la chica rubia – Quedamos en que nada de homicidio.
-Entonces, ¿qué quieres hacer? - uso un tono irónico cual no le distrajo en absoluto para apartar esa incómoda navaja de mi cuello.
Amèlie se acercó a la cama de Bill y de su parte inferior sacó unas cuerdas.
-Átala – le tendió las cuerdas al chico.
-De..ej..adl..a en p..az – dijo débil el señor Fenessy.
-Cállate – dijo Lhumer rudo - . Llevo muchos años esperando a que llegue este momento.
Rodeó mi cuerpo con las cuerdas, poniendo mucho empeño en las articulaciones para inmovilizarlas y que yo no pudiera desatarme. Una vez que terminó, volvió a agarrarme del cuello, ya sin navaja en mano.
-Vamos – dijo ella.
-¿Y qué hacemos con él? - Lhumer señaló a Bill.
-Ya nos ocuparemos más tarde de él, andando – contestó la chica rubia con un tono peculiarmente desagradable.
Al salir, pacientes y plantilla se sintieron amenazados al ver como Lhumer me agarraba por el cuello y me arrastraba. La chica rubia no tardó en actuar y empeorar aún más las cosas. Lo que hizo fue sacar una pistola, con ella comenzó a señalar a todo el mundo.
-Cómo alguien se mueva – paralizó a todos tan sólo con esas palabras e hizo que levantasen los dos brazos levemente -, está muerto.
Nadie contestó a esa amenaza ni intentó salvar mi vida. Simplemente se quedaron mirándolos con ojos como platos fruto del atroz miedo que seguramente sentían.
Amèlie no bajó el arma en ningún momento, Lhumer tampoco me soltó. Yo no sentía menos miedo que la gente que acababa de presenciar la escena, incluso era lógico que sintiese más, pues era la clara víctima.
-Cómo grites... - susurró él. Al cabo de decir esto, me tapó la boca con la mano derecha. Con la otra seguía atándome a una desdicha de la que no sabía si saldría, y lo peor, sin despedirme de nadie. Dios, en dónde me había metido...
En menos de lo que yo me esperaba, ya estábamos en la planta baja. Ahí había un mayor número de personas, pero no fue problema para ellos, pues iban armados.
Esta vez ella no tuvo que advertirles nada ni amenazarles. Tan sólo les mostró su pistola.
-Vamos – musitó ella tan bajo que me fue difícil captarlo.
Él asintió y continuó arrastrándome a vista de todos. Cuando salimos del hospital, ella alzó aún más el arma, para producir más sobrecogimiento entre los que observaban lo que sucedía.
“Me da mucho miedo lo que pueda pasarte...” empezó de nuevo la voz.
“No me va a pasar nada, mamá” me resultaba agradable poder por lo menos decir eso.
-Sube – me empujó él para que subiese al coche.
Yo lo hice para así no causar más problemas de los que ya tenía. Él subió después de mí. Al subir, cómo no, prosiguió sujetándome el cuello y tapándome la boca; realmente en el coche, no le encontraba verdadero sentido.
-¿Vas a estarte calladita? - manifestó Lhumer.
-Mjmmj – asentí.
Quitó su mano de mi boca. Esto fue un gran alivio para mí. Aunque me dio una oportunidad de permanecer sin su mano pegada a mi boca, yo no pude evitar articular lo siguiente:
-¿A dónde me lleváis?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
-Ese no era nuestro trato.
Abandoné todo a lo que fuerzas se refería y me recosté en los asientos del vehículo mientras la chica rubia efectuaba peligrosas maniobras con el propósito de llegar antes al destino cual todavía desconocía.
Lo más funesto de todo esto era que no podría despedirme de, ya sabes lector, todas las personas a las que apreciaba. ¿Cómo podría...? No aguanté el hecho de que seguramente lo peor de todo esto también resultaba ser que nunca le podría perdonar, porque sencillamente no tendría la estúpida oportunidad de ello. “Inocente Calíope” ¡Con qué precisión me acordaba aún de sus palabras! Y aunque a primera vista el lector las considere cursis, para mí lo fueron todo. Incluso aún lo eran. Era increíble el modo en el que le añoraba. Todo él era mi vida.
“Te quiero” pensé para mí.
No pude evitar sollozar. Unas pequeñas gotitas de agua salada aterrizaron en mis vaqueros, dejando una marca que seguramente desaparecería en unos minutos. Los timadores ni se inmutaron, yo tampoco tenía interés en que lo hicieran. Lo único que quería era a él.
-Hemos llegado – proclamó Amèlie.
Miré a mi alrededor a través de los cristales del mercedes. Como en mi peor pesadilla. Me habían traído hasta un descampado.
-Baja – me ordenó Lhumer.
“¿Qué queréis de mí? ¿Qué?” grité tanto para mí, aunque no lo parezca, que el corazón se aceleró de una manera muy alocada.
Resignada, hice lo que me dijo. Al bajar yo del coche, me volvió a agarrar de una manera tan burda como él mismo. Ella fue adelantando y se colocó en el centro del descampado, cuál no tenía ningún tipo de vegetación y la tierra estaba increíblemente descuidada.
Él me arrastró hacia delante y me colocó enfrente de ella, tras esto corrió a su lado dejándome sola ante el peligro.
-Lo siento – dijo con cara de pena (fingida, por supuesto) mientras estiraba el brazo en mi dirección con la pistola bien agarrada por su mano derecha - , tengo que matarte. Sabes demasiado.
Su dedo ya estaba deslizándose en el gatillo cuando él irrumpió.
-¡No! - se colocó enfrente de mí.
-¡Alex! - grité yo emocionada mientras me disponía a levantarme para abrazarle y no soltarle nunca.

viernes, 25 de diciembre de 2009

De como la gente nunca pierde el tiempo

Abrí los ojos con cuidado. Estaba postrada en una cama de un colchón algo duro que me provocó dolores de espalda. A mi alrededor, se podían ver varios cazapesadillas y objetos que creaban distintos rituales de los que mucha información no tenía en ese momento. También había un armario hecho con madera y hierro, y como no, dos mesitas de noche a cada lado de la cama; con esta descripción se podía afirmar que la habitación era espaciosa, y también que se utilizaba para practicar distintos ritos.
Dejando atrás lo parapsicológico, no tenía ni idea de dónde me encontraba. Pero tenía un vago pensamiento de que los inquilinos de la cabaña que había divisado anoche me habían acogido en su casa. Como me sentía en condiciones para levantarme, lo hice.

Anduve por un pasillo hecho de bambú que, como en la pensión, también conducía a ciertas habitaciones. Las ignoré, pues seguramente alguien deambulase por el salón, cocina o recibidor (si es que la cabaña tenía recibidor, claro). Efectivamente. Una mujer mayor de estatura baja, pelo gris y figura ensanchada preparaba una especie de mejunje en la cocina. No tenía otro remedio que interrumpirla, pues necesitaba salir de allí y por lo menos quería saber que había sucedido ayer al amanecer.
-Perdone... - me acerqué a ella con sigilo.
Se volvió en mi dirección.
-¿Qué haces despierta, niña? - su expresión era desabrida, algo que me irritaba – Tan sólo has dormido 4 horas.
-No quiero dormir más, señora – yo también fui desagradable – Quiero saber lo que pasó anoche.
-Pues mira, básicamente te encontramos tirada, te recogimos y dimos cobijo.
-¿Ustedes viven cerca del lugar en el que me encontraron?
-Sí, prácticamente al lado.
Ahora tenía claro que eran los inquilinos de la cabaña que había visto ayer lo lejos.
-Y, una curiosidad, ¿cómo sabe usted tan bien el inglés?
-Toda la familia somos inglesa, incluida mi generación y la de mis bisnietos.
-Yo soy americana. Vengo de Broken Hills.
-¿Y qué hace una americana en Alemania? - se dio la vuelta de nuevo y prosiguió preparando el mejunje.
-Verá, es una larga historia.
-Entonces no me la cuentes.
Yo había pensado que quería totalmente lo contrario. Era para ver y admirar los distintos comportamientos que puede tener una persona en momentos determinados.
-Esta bien, no lo haré – dije, maldiciendo todo lo que me había pasado mientras lo rememoraba.
-Si quieres irte ya, no hace falta que te despidas de toda la familia o nos des las gracias. Tus cosas están en la habitación en la que te has hospedado.
Se notaba que a la “agradable” anciana no le había caido bien desde el primer momento en el que me vio.
-Para mí no hubiese sido ninguna molestia – le dije dócil – Pero si para usted es un inconveniente, apartaré la idea de mi cabeza.
-Me alegro – contestó con sorna – Ahora, si no te importa...
No estaba segura, pero me parece que en ese mismo instante había acudido a la despensa a por más ingredientes para la “receta” que estaba preparando.
Yo me alejé de allí agradecida por no tener que entablar una conversación con ella durante más tiempo. Ni yo le caía bien a ella ni ella a mí, así que, ¿para qué darle más vueltas?
Recorrí de nuevo aquel pasillo que además tenía un adorable olor a pino, quizá por algún ambientador que estaba colocado en el techo o la pared cuál no vi, por cierto.
La habitación en la que me había hospedado esa noche estaba al fondo del pasillo. Entré incómoda porque sabía que nada era de mi propiedad y que además era desconocida, que a más o menos todos los efectos era lo mismo. Recogí todas mis pertenencias y me cambié de ropa, cuál cogí de mi amplio bolso.
Salí de allí con cuidado de no mover a nadie de su posición actual y hacerlo salir al pasillo. Cuando llegué al recibidor (y comprobé que realmente había uno), no dudé en salir de aquel lugar inmediatamente ni un sólo instante. Al percibir el dulce aroma del campo, intenté no distraerme con el mismo para poder coger un taxi lo antes posible. Afortunadamente a esas horas circulaban bastantes coches, por lo que debería de haber algún taxi también.
Mientras caminaba, mis ánimos decrecieron de golpe al recordar que aquel camino duraba 15 minutos andando hasta la carretera. Aunque, mirándolo por un lado optimista, así me relajaría anímicamente. Pero también he de decir que mi mente no había alejado aquel espantoso sueño de ella, y que todavía lo llevaba conmigo. Esa chica me era familiar... era...
“¡Nicky!” de repente me vino ese nombre a la cabeza.
Podría ser que sí, y podría ser que no.
En mi sueño, ella era muy joven, tal vez 19 años. Ni cky definitivamente tenía unos 25. Que yo sepa, una persona no puede imaginarse a otra años atrás sin haberla visto con una edad más temprana a la actual. Sería algo ambivalente. O bien yo estoy loca o tengo poderes sobrenaturales, puede ser que tenga más acepciones, pero no quería ponerme a pensar en ellas ahora.
Y si realmente la de mi sueño era Nicky, es que mi imaginación había llegado a un límite muy extremo. Pues él en su carta decía que se había besado con esa chica en la discoteca porque al estar borracho tuvo un lapsus que le inclinó a pensar que era yo, o al menos así lo había interpretado. Nicky y yo no éramos exactamente parecidas; aunque la fantasía suela ser ambigua, realmente. Me chocaría que fuese ella, pues eso me llevaría a pensar que ellos se conocían de algo, y que tal vez hayan mantenido una relación en el pasado. Ese pensamiento no me resultaba placentero para nada.
Sin darme cuenta, avisté la carretera principal. Pude comprobar que circulaban coches en exceso, generalmente denominado como tráfico. Eso tampoco me beneficiaba, pues ahora ningún coche podía llegar a su destino en el tiempo que se tarda regularmente. ¿Cuándo conseguiría llegar al hospital? Todavía no tenía el dato, sinceramente.
Al llegar al arcén, pude ver claramente un coche amarillo chillón que estaba libre. Corrí hacia el por miedo a que alguien subiese antes que yo o me lo arrebatase. Aunque eso era poco probable, con la experiencia traumática que pasé anoche, estaba dispuesta a todo.
-Hallo – dije mientras subía.
-Hallo, wo finde ich tragen?
No entendía a la perfección el significado de esa frase, pero supuse que quería decir: “¿A dónde la llevo?” Así que, dije sólo la palabra clave.
-Brucher Hurt.
Pareció que el taxista me entendió, pues arrancó al segundo de yo decir esto.
El trayecto no fue especialmente largo, quizá 20 minutos fue lo que duró, contando el abatido tráfico también. Pagué al taxista en dólares, pues no me quedaba otro remedio. A él no le complació, pero tampoco podía hacer otra cosa. Cogí mi bolso y salí del vehículo.
Cuando ya estaba en el exterior y el taxi se había ido, observé tranquilamente el hospital desde mi posición mientras caminaba tranquilamente por la acera. Era un hospital algo escalofriante. Estaba hecho a base de piedra de un matiz gris apagado, era también rocoso, por consecuente. El marco de las ventanas era gris, pero más claro. La gente que salía y entraba de allí parecían verdaderos zombies, sin sentimientos ni nada que les emocione. Sólo con el deber de comer, beber, dormir y trabajar. Lo que menos me gustaría, si me dedicaba a la medicina en vez de a la filología inglesa en un futuro, sería trabajar en aquel hospital.
Con mi descripción mental ya hecha, caminé firme y decidido hacia la entrada. El interior era un poco diferente al exterior.
Todo era frío, quiero decir, sin decoración ni nada por el estilo. Pero debo de decir a su favor que los aparatos, sillas, etc era muy moderno; todo de última tecnología.
Me acerqué a recepción (que estaba detrás de unas paredes de cristal y la sala de espera, donde todo era blanco, hasta las paredes), allí me dirigí a una chica de estatura media que llevaba un gorro blanco. Parecía amable y sonriente.
-¿Paciente Bill Fenessy? - esta frase la dije gramáticamente mal porque no sabía si la chica sabría inglés.
-Hablo inglés, ¿sabes? - dijo entre risas.
-Ah, bien – reí yo también por el ridículo que acababa de hacer.
-¿Qué desea?
-Verá, quiero visitar al paciente Bill Fenessy. ¿Me puede indicar dónde se encuentra?
-Sí, em... un momento – tecleó rápidamente en el ordenador apoyado encima de la larga mesa – Aquí. Bill Fenessy. Planta quinta, habitación 112.
-Muchas gracias.
-De nada – sonrió levemente.
Con esta información como guía, me concentré en entrar en el ascensor que se hallaba al lado de recepción. Lo solicité impaciente, ya que tardaba demasiado en venir. Finalmente, la puerta se abrió delante de mi persona y yo entré con los puños cerrados por puro nerviosismo y ansiedad. Nadie me acompañaba en el trayecto hasta la planta número cinco ni a ninguna otra, eso para mí era un alivio.
El ascensor llegó a su destino en una velocidad trepidante. Las puertas se abrieron de nuevo y yo di unos pasos hacia delante dejándolas atrás.
“Habitación 112... habitación 112...”
No me fue fácil encontrarla, pero al final lo logré. Era una habitación como muchas otras, sólo que distinguida por el número escrito en la puerta. El corazón me dio un vuelco cuando rodeé el pomo con la parte palmar de mi mano. Sin embargo, me sentí bien al abrir la puerta.
Aunque no me sentí tan bien al ver lo que estaba sucediendo.
Ella, como una loca, le estaba arrancando lo más preciado que tenía: su vida.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Pesadillas para mí, ilusiones para ti

Salí corriendo de allí con todas las pruebas en mis bolsillos y con el corazón en la garganta.
Lo mejor seguramente hubiese sido llamar a la policía; aunque estos me hubiesen dicho que con tan pocas pruebas el asesinato no era inminente. Usando esta conclusión como guía, saqué otra: debía de descubrir yo sola lo que ocurría en la mansión Fenessy.
Al salir, cerré la puerta con la llave, cuál por supuesto me quedé. Caminé hasta la pensión todavía algo nerviosa por lo que había hecho. Se podía decir que había tenido un comportamiento pérfido, puesto que realmente no sabía lo que estaba sucediendo.
Mi mente desconectó mientras caminaba por las ya oscuras carreteras. El arcén nunca me brindaba estabilidad ni seguridad, más bien me hacía encogerme y apartarme de los coches lo más que pudiese. Eso me hizo volver a mi estado nervioso e insufrible, del cual nadie responde si se le pide atención o precaución. Es un sentimiento que decrece y aumenta, sin aviso previo. Casi podía sentir como el bisturí que llevaba en el bolsillo me cortaba una pequeña parte de mi cuerpo, y me embadurnaba de sangre para luego descuartizarme; no me gustaba llevar un bisturí en el bolsillo, y menos cuando me sentía de esta manera.
“Deja de pensar en asquerosidades y avanza, debes de ir al hospital” la voz me poseía. Todo lo que decía ella me obligaba a hacerlo a mí. Con esta orden, partí desde mi posición hasta la pensión fluido y rezumado.
Al entrar, el tal Jared se encontraba en recepción ligando con la chica francesa de una manera tan vulgar que si no le conociera me parecería que era un verdadero calamocano. Una calamocano que habla francés.
-¿Te désire célébrer une fête cette nuit?
-Oui, oui – la chica rió.
No podía soportarlo más, así que me alejé de aquel lugar dispuesta a coger todo lo que fuera imprescindible para ir al hospital. Ni la recepcionista ni Jared me miraron, tan sólo se miraban ellos dos con un semblante que me indisponía. Simplemente lo ignoré y continué caminando a paso ligero para llegar a mi habitación. Al entrar, vi que por lo menos estaba más ordenada que la última vez que puse un pie en ella. Eso me alegraba y también me quitaba un peso de encima, porque ahora podía encontrar todo lo que estuviese a mi disposición. Así que cogí la tarjeta de crédito, un poco de ropa y mi cepillo de dientes; todo ello por si me iba a quedar allí esta noche a hacerle compañía a Bill.
Metí mis cosas en un bolso que había traído de un tamaño considerable, allí me cupo todo. Con este único equipaje como ayuda, salí de la insoportable pensión. Allí aguantaba sólo una pequeña parte de lo mucho que se puede imaginar el lector.
Todavía estaba más oscuro que antes. La noche ya inundaba a sus habitantes con un suave pero rompedor azul oscuro que destacaba aún más debido a pequeños puntitos blancos que daban un aspecto más animado a tal paisaje que ocupaba mayor parte de la escena.
Yo caminé esperanzada. Estaba casi segura de que por allí pasaría algún taxi; esa vez, lamentablemente, me equivoqué.
Caminé una media hora y no vi ningún vehículo amarillo chillón. Ya había pasado incluso la mansión Fenessy. No sabía dónde estaba, ni siquiera con la ayuda del pequeño trozo de papel que había comprado tan sólo hace unos días. Me encontraba confusa y desprotegida, sobretodo por tener que andar por el arcén y por la oscuridad, que me impedía el paso. Sólo me tranquilizaba el dulce aroma a sal que provenía de una playa más abajo. También veía alguna que otra colina y algún que otro túnel hecho de modo natural, es decir, por roca. Todo esto me resultaba acogedor, y me invitaba a escaparme de donde me encontraba y olvidarme de lo que debía de hacer en ese momento. El señor Fenessy estaba mal, y eso era evidente. Aún así, su enfermedad no me pesaba tanto como la mía, que se suponía que era el síndrome. Tan sólo sentía algo de miedo por su persona, por si sobreviviría o no. Pero, aunque existiera esa posibilidad, yo estaba casi segura de que nada de eso sucedería. Yo no era muy intuitiva, pero en este tema estaba segura. Yo sabía que el señor Fenessy era fuerte (aunque apenas le conociese) y que aguantaría todo lo que le hiciesen. Tanto como si era una operación a vida o muerte o como si no. Se podía decir que confiaba en su espíritu, pero aún no me sentía con la fuerza suficiente como para confiar en él. De hecho, desde que pasó lo que pasó, desconfío de todo el mundo. He de reconocer que sentí algo de miedo cuando fui a la cena con Jared, pues no le conocía de nada y no sabía lo que podía pasar. Al día siguiente, supe que nunca debí de haber acudido a esa cena, que me iba a hacer daño y que no merecía la pena absolutamente para nada. Acerté.
También desconfié de Austrie y sobretodo de Lucas nada más conocerlos. Puede que al principio a Austrie la justificase por ser tan amable y atenta con todo el mundo, pero al que nunca justifiqué fue a Lucas, ya que fue muy desagradable la primera vez que hablamos y también la última. Ahora estoy casi segura de que ellos dos no son de fiar, que algo extraño sucede. Lo mejor que podría hacer es mantenerlos alejados de mí, pues si puede que hicieron lo que hicieron con el señor Fenessy, no dudarán en hacerlo también conmigo. Sinceramente aún no tengo ningún hecho que constituya que ellos dos han cometido un crimen, pero tiene que haber alguna idea que me lleve a pensar que lo han hecho desde un punto de partida con uso de razón. Tal vez no sea la Sherlock Holmes de nuestros tiempos, pero nunca se me ha dado mal descubrir lo que ha hecho la gente y por qué, eso sí, no en situaciones tan extremas como esta que se me presenta ahora.
Dejé de pensar en la situación actual a la que se enfrentaba mi vida y me concentré en encontrar el hospital. Desafortunadamente, no había traído el móvil conmigo, así que no podía realizar ninguna llamada. Por la carretera en la que me encontraba no pasaba ni un sólo coche, algo que me pareció muy raro. Tampoco estaba del todo iluminada, así que no sabía a dónde ir. Había cuatro caminos que conducían a distintos lugares. No podía ver lo que estaba escrito en los carteles, y aunque lo viese, no lo entendería pues seguramente estaría en alemán. Tampoco me podía basar en mi mapa, pues no se incluía esta zona.
Mis únicas opciones eran buscar ayuda o esperar a que amaneciese. Primero buscaría ayuda, si la encontraba, ya estaría casi todo solucionado; pero también había que contar que clase de ayuda me encontraría por esos extraños parajes...
Me dirigí hacía un campo que estaba a un kilómetro (más o menos) pero que se podía divisar desde mi posición. Igual allí encontraba una cabaña o algo por el estilo.
Comenzé a caminar a un paso algo rápido para la luz de la que diponía. No sabía con qué tipo de roca o animal me podía encontrar, pero he de decir que me convenía, porque así llegaría antes.
Estaba muy cansada para la distancia a la que me hallaba, seguramente debiese de haber parado a repostar en cualquier lugar de las frías rocas y la embarrada tierra; me repuganaba, así que no dudé en apartar esa idea de mi cabeza. También tenía un hambre voraz, pero que no podía calmar en ese momento, pues tampoco había brindado comida. Lo único que tenía era un tubo de pasta de dientes que no pensaba ingerir.
Seguí caminando y a medida que avanzaba veía con más claridad un rastro de luz que provenía del campo. Tal vez yo estaba en lo cierto y allí había una pequeña cabaña con habitantes en ella. Me moría de ganas por recostarme en un cómodo sillón (que tampoco esperaba que me ofreciesen) y calentarme las manos al lado del fuego, y por supuesto comer algo, lo que fuese con el tal de llener un poco mi estómago.
El equipaje, aunque que fuese poco y cada cosa en si tuviera un peso moderado, me pesaba y me molestaba para caminar. Me sentía cansada, no sólo por el mismo, si no porque la clandestinidad me corrompía las emociones. En Broken Hills siempre tuve la libertad de salir con mis amigas a la ciudad y expresarme, la verdad es que aquí sólo me siento atada. Siempre dependo de alguien, aunque yo no lo quiera así. No me dejan independizarme. Y a veces no es intencionado, simplemente que no puedo tener lo que quiero. Simplemente que otras personas me descarrilan y me hacen depender de otras, rompiendo el curso normal de mi vida. Sí lector, tú sabes de quien estoy hablando. Por él, he tenido que cambiar muchas cosas. Ahora estoy donde estoy.
Me di cuenta de que llevaba su carta en mi bolso, la releí y me percaté de que su solicitud era imposible para mí de cumplir. Había estado pensando en aceptar y huir con él si volvía o nos reencontrábamos en el futuro. Yo tenía la ilusión de que eso sucediese. Ahora, se ha apagado de repente dejándome inauditamente aniquilada. Yo soy una demente, me describo sencillo y rápido.
Me eché en la hierba de un color verde vivaz. Necesitaba un poco de paz.
Al sentarme allí, dejé que unas lágrimas escaparan de mis ojos, quizá cubriendo de un falso rocío los prados.
Ahora me costaba divisar la luz y el campo. Lo observaba todo con una melancolía que cruzaba la vista con mis sentimientos.
“Levántate y deja de llorar como una condenada” rechistó la voz.
Me concentré en contestar a ese comentario.
“No sé quien eres, así que no pienso hacerte caso”
“Nunca sabrás quien soy, no puedo decírtelo. Pero has de confiar en mí y pensar que soy alguien que sólo quiere que mires por ti misma y sobrevivas a la lucha a la que estás sometida contigo misma”
Esa voz dejó de hacer comentarios. Yo no pensaba reclamar respuestas como una esquizofrénica. Sólo volví a mi estado empedernido y decidí secarme las lágrimas que había derramado por... ¿quién? No por él, lector, si no por mí.
Me levanté con dificultad de mi posición y continué andando, o más bien arranstrándome. Miré mi reloj y comprobé que ya eran las 11 y 17 minutos de la noche. No era muy tarde, pero no confiaba en mi perspectiva. Quizá el campo de cabaña y luz acogedoras fuese obra de mi imaginación. Aunque yo rezaba porque realmente no fuese eso.
Me dolían los ojos cuando pestañeaba. No podía hablar, pues tenía la boca seca y, todos mis intentos de avanzar algo fueron en vano. ¿De verdad estaba en condiciones para proseguir con mi dura caminata? No lo creía en absoluto. No esperaba ni siquiera continuar consciente, aunque tampoco me inclinaba por la opción del óbito.
Me caí en picado al suelo, estampándome contra la fina hierba de los prados. La caida no me proporcionó ninguna ayuda, pues no me podía mover y no tuve más remedio que estirar mi cuerpo de modo que pudiese calentarlo y mantenerlo vivo. Agradecía al menos no haber caído en las rocas y la tierra que acaba de pasar hace cinco minutos. Por lo menos aquella hierba era como un manto que cubría la parte inferior de mi cuerpo y era capaz de mantenerla en calor.
“¿Qué haces ahí parada? ¿No ves que si no te levantas te puedes morir? ¡¿Esperas que alguien venga a recogerte?!” la inoportuna voz regresó a mi mente, irrumpiendo mi deseo de morirme de una vez con el tal de no soportar el dolor que sentía.
Súbitamente, dejé de escuchar sonido alguno. No escuchaba ni al viento silbar ni a la voz molestándome. Sólo lo comencé a ver todo oscuro, hasta que tuve un sueño.
En el sueño estaba él. Estaba sentado en un sillón de cuero de color de rojo, leyendo un libro al lado del fuego y tomando una copa de vino. De repente, apareció una chica. Era alta, rubia y de ojos azules. Se acercó a él y le dio un beso apasionado. Él la invitó a sentarse en el sofá que estaba al lado del sillón, cerró su libro y se arrodilló próximo a ella. Sacó una cajita pequeña, azul oscura, cuadrada y que parecía de terciopelo. La abrió conforme a la vista de ella, es decir, para que la viese bien. Su contenido era un anillo bañado en oro y de compromiso. Ella le sonrió dulcemente y él le colocó el anillo en el dedo anular de la mano derecha. Él la miraba como si fuese el amor de su vida, y ella también. Y yo viendo esa escena, feliz y bonita para ellos y triste y estremecedora para mí.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Actidudes extrañas

-¡¿Qué ha pasado?! - grité. Pues cada segundo me encontraba peor.
"No te quedes ahí parada, ¡agáchate y ayúdales!" otra vez esa voz. ¿Me estaba volviendo realmente loca?
Aunque no me gustaba escuchar a desconocidos, hice lo que me dijo esa voz. Inconscientemente, no sé por qué.
-Cuando entré, ya estaba así. ¿A mí que me cuentas? -me dijo Lucas con un tono desagradable.
-Era por si tenías algún detalle - dije para defenderme - Si no, que hable él.
-¿Cómo va a hacerlo? Está inconsciente.
-No, no lo está. Aún abre un poco los ojos - me senté al otro lado del señor Fenessy, en el que no había sangre ni tampoco estaba el incansable Lucas - Señor Fenessy, díganos, ¿qué debemos hacer hasta que llegue la ambulancia?
Abrió un poco los labios, pero no hablo.
-No está en condiciones para hablar, déjale.
-Tu esposa tampoco está en condiciones para vivir, vete a consolarla.
Me pareció extraño, pero se marchó. Aunque igual tampoco se iba a consolarla, como yo le dije. Igual sólo se iba a ver un partido de fútbol, que no me extrañaría nada.
-To..rn..i..qu.et..e b..raz..o. M..ed..i..cin..a r..os..a c..ocin..a - todo esto lo dijo el señor Fenessy a duras penas. Capté todo lo que dijo y lo intenté seguir, para que todo fuese como la seda.
Me levanté de donde me encontraba y busqué un trozo de tela por el despacho. Encontré un trapo apoyado sobre una silla hecha a base nogal y con un asiento blanco, cuál me encantó, por eso se la describo al lector. Con ese trozo de tela, le hize un torniquete alrededor de la herida. Por un momento soltó algún que otro "ay", pero aguantó sin problemas aparentes.
Luego me dirigí hacia la cocina y rebusqué en todos los armarios yo sola, pues creo que Lucas y Austrie estaban solicitando una ambulancia y no quería interrumpir. La había encontrado, pero no era del todo rosa, era algo así como magenta. ¿Me arriesgaría?
"No tienes otro remedio" volvió a irrumpir esa voz.
Aunque fuese perder el tiempo y algo estúpido, decidí preguntar quién era.
"¿Quién eres?"
La voz no me respondió.
"Vaya timo" pensé yo.
Sin más distracciones, me dirigí apresurada hacia el despacho. La decoración en esos momentos me era irrelevante, aunque he de reconocer, me distraía un poco.
Ya en el despacho, me volví a sentar y a dirigir al señor Fenessy.
-Toma Bill, igual esto te calma el dolor - le di un poco usando una cuchara. No quería dar una cantidad alta por si acaso no era el jarabe que me había pedido - ¿Se siente mejor?
Asintió muy levemente con la cabeza, lo que quería decir que no había hecho efecto por completo; si no, hubiese asentido con más énfasis o claridad.
Le toqué la frente, por suerte no tenía fiebre. Pero se notaba que le dolía mucho el brazo izquierdo y de repente, también el cuello. Ya que se lo empezó a tocar para intentar reducir el dolor.
-¿Qué le ocurrirá...? - lo dije muy bajo, prácticamente lo pensé.
En ese momento rememoré algunas de las clases de Ciencias en las que tratábamos enfermedades y síntomas del cuerpo humano. Esa asignatura se me daba a la perfección, siempre tenía una nota que rondaba al 10. Por eso, intenté recordar enfermedades... ¡Ah, cómo no! Me acordaba de la enfermedad cardiovascular y de la enfermedad cerebrovascular. Por un momento, casi tuve claro que la enfermedad del señor Fenessy era la cerebrovascular, pero luego caí en la cuenta de que sentía dolores en el cuello y brazo izquierdo. Y, por alguna extraña razón, le sangraba el derecho, aunque eso no lo pude explicar.
Claramente, su enfermedad era la cardiovascular. Pero, ¿por qué? ¿Acaso el señor Fenessy fumaba o tenía diabetes? No lo creía, sinceramente. Aunque, ¿qué otra cosa podía diagnosticarle? No sabía mucho de medicina, pero estaba casi segura de que esto era un claro caso de enfermedad cardiovascular. Y lo peor de todo, era que no podía hacer nada. No tenía las suficientes nociones, y eso me ponía de los nervios.
Dejé un momento al señor Fenessy solo y corrí hacia la sala principal. Allí, me encontré a Lucas y Austrie de pie impacientes.
-¿Qué ocurre? - pregunté yo.
-Nada, simplemente esperamos al...
De repente, sonó el timbre.
-Médico - completó Austrie su frase.
El médico tenía unos cuarenta años, aún así, ya tenía el pelo lleno de canas. Llevaba un bata blanca y un traje debajo. Su expresión era seria, como la de todo médico frío e intratable.
-¿Dónde está el paciente? - preguntó sin cambiar la expresión ni moverse un centímetro.
-Acompáñeme, por favor - dijo educadamente Austrie.
Lucas los siguió y yo, sin más remedio, también.
No podía ver muy bien desde mi posición, pero puedo afirmar que el doctor estaba nervioso. Parecía que tenía experiencia, pero eso yo aún me lo planteaba.
Cuando entré en la habitación, el médico ya estaba arrodillado y abriendo su maletín, repleto de artilugios que más o menos yo conocía.
Primero sacó el estetoscopio y oscultó al paciente, le llevó bastante tiempo, no sé por qué.
-Por cierto - me dirigí a Austrie -, ¿no iba a venir una ambulancia?
-Sí, iba.
-¿Y por qué no vino?
-En el hospital nos dijeron que no había suficiente personal y ambulancias. Así que acreditaron que nos mandarían un médico del hospital más próximo.
Así, terminó nuestra pequeña charla.
El doctor estuvo más de quince minutos, pero finalmente dio con los síntomas, por lo que también con la enfermedad.
-Es cáncer.
-¡¿Qué?! - me quedé realmente asombrada con tal diagnóstico.
-¿Acaso no me cree?
-¿Debería?
-¿Quiere comprobarlo usted? - me miró de modo desafiante y me ofreció su material.
-¡No! El médico es usted.
-Entonces, ¿de qué se queja? No la comprendo.
-¡Lo que usted no entiende es de medicina! Así que, si va a regresar, hágalo con un título.
-¿Por qué piensa que mi diagnóstico no es el acertado?
-¡Por qué los síntomas no corresponden! ¿Es qué es tan difícil de entender?
-Voy a solicitar una ambulancia - cogió sus cosas.
"Y que se vaya pronto" pensé.
El médico insolente salió de la habitación con su maletín en la mano izquierda y tecleando un número de teléfono en su móvil con la derecha. Yo me arrodillé al lado del señor Fenessy, Lucas y Austrie también salieron del despacho.
"Me gustaría saber por qué todo ocurre tan deprisa"
Sí, la verdad es que me encantaría. No sabía tan siquiera ni dónde estaba. En un momento determinado estoy en un hotel, luego en una pensión, luego en otro hotel... Mi vida es un completo desastre. Y ahora, observando al señor Fenessy malherido. Juro que tiene suerte. Él tenía consigo mismo una lucha por sobrevivir físicamente, yo tenía una lucha conmigo misma por sobrevivir anímicamente. Y creía que era peor tener que mantener una lucha constante por encontrar una situación cómoda y una vida llevadera y sin preocupaciones. Me era imposible encontrar todo eso. Tal vez fuese por varias razones por las que no podía aguantar, y merecer lo que soy, y aguantar el pasado. Que tenga que estar en muchas cosas a la vez y que tenga que afrontarlas todas sola, con la temprana edad de 18 años. Todo esto me recordaba a varias obras literarias. Atrayente, sensual y cálido. Así era el futuro para mí todos los días. Siempre viendo las cosas de color de rosa. Quizá no fuese una virtud, porque luego es todo lo contrario. Ominoso, cerebral y frío. Aunque, aún así, me gustaba pensar por un momento que nada estaba mal y que las cosas fluían a un ritmo encantador y embellecedor. Seguramente estuviese en lo erróneo, aunque todos aprendemos de ellos. No sabía muy bien si estaba bien lo que hacía o sí empeoraba mi vida más de lo que necesitaba, eso sí, tenía claro que nada en el mundo me iba a impedir hacer lo que quisiese. Por eso, al principio de este diario, me he descrito como independiente. Si nadie quien le conduja o le guíe a través de nuevas experiencias llenas de dolor, cándidas y tal vez imperiosas.
Súbitamente, oí una sirena que procedía de una ambulancia. Aliviada, por el hecho de que ya se iban a llevar al señor Fenessy para curarle, me levanté también segura de mí misma.
-¡Ya está aquí! - anunció Lucas.
Oí unos pasos apresurados acercarse hacia mi posición. Rápidamente, salí del despacho dejando el paso libre. En ese momento se acercaron Lucas y Austrie cogidos de la cintura. Se les veía muchísimo más calmados, ¿no crees, lector?
-Izzie, será mejor que te marches ya. No creo que nos haga falta tu ayuda más - lo dijo despectivamente.
Eso me había ofendido, pero no me podía quedar en blanco.
-Por lo menos decidme a qué hospital habéis avisado.
-Em... Al Brucher Hurt - dijo Lucas apresuradamente, como si se lo acabase de inventar.
-Vale, gracias - les sonreí falsamente, claro está - ¿Puedo quedarme al menos hasta que se lleven a Bill?
-De acuerdo - Austrie también sonrió, falsamente.
Yo me pegué a la pared para no causarles problemas a los enfermeros. Lucas y Austrie hicieron lo mismo.
Me intenté relajar y no parecer nerviosa, ¿acaso eso no sube los ánimos?
Mientras miraba al suelo, vi dos sombras. Eran los dos enfermeros, que llevaban la camilla ya a cuestas.
Uno de ellos comenzó a hablar en alemán, dijiéndose a Lucas. Él le contestó y los dos comenzaron a moverse.
-Vamos, Izzie - dijo Austrie dijiéndose a mí, aunque me estaba dando la espalda y riendo con Lucas.
Yo les seguí un poco cansada, ya por la situación, directamente. Cuando estábamos en la entrada, vi unas llaves. Casi con un gesto que me llevó hacerlo un segundo, las cogí. Estaba casi segura que eran las de la casa.
Todos salieron y yo detrás de ellos.
Los dos enfermeros llevaron al señor Fenessy en la camilla hasta llegar a la ambulancia. Lucas y Austrie cerraron la puerta principal de la casa y acto seguido se subieron en un coche del que no reconocí la marca pero que parecía muy lujoso.
-Bueno, nos vamos, adiós - se despidieron.
-Adiós - contesté.
Todos se marcharon por la carretera principal.
Yo andé con sigilo hacia la puerta, allí metí la llave, cuál encajaba a la perfección.
Al abrir la puerta, me sentí extraña, ya que no solía hacer estas cosas muy a menudo, y eso me producía una sensación de pesadez que no me dejaba caminar. Pero había que hacerlo, ya que había algo que no me daba muy buena espina.
Primero comenzé echando un vistazo por la cocina. Todo parecía en su sitio, pero encontré una cosa en un armario que no me gustó demasiado. Era una post-it que traía lo siguiente:
Dar medicina verde. Tanto como se pueda, hasta pérdida de conocimiento.
No era la letra del señor Fenessy, ya que había visto algunos documentos por el despacho y el tipo de letra no coincidía. Sólo lo podían haber escrito o Lucas o Austrie.
Guardé el post-it en mi bolsillo y continué mirando alrededor de toda la casa.
En el salón no había nada, sólo una bolsa de patatas abierta y a la mitad. En todas las habitaciones del largo pasillo no había más que cuartos con una cama de matrimonio y un armario. Todas completamente vacías.
La habitación con los aparatos quirúrjicos estaba esterilizada y sin pista alguna. Aunque he de decir que había un bisturí manchado de sangre, bastante apartado y que me costó encontrar, por cierto.
Lo guarde en una bolsa de plástico que había en la misma habitación. Por si acaso, cogí otra.
Salí también de esa habitación y me metí en el despacho del señor Fenessy.
Efectivamente, la persona que había escrito eso en el post-it no era la misma que había escrito todos aquellos documentos. Aunque, hubo algo que me chocó, y es que había un trabajo que abajo traía la firma de Lucas. Era escolar y de hace bastante tiempo. Esa letra tampoco coincidía con las del post-it; eso me llevó a la conclusión de que la persona que había escrito en el papel era Austrie. Pero, ¿por qué? No tenía ningún sentido. ¿A quién tenía que darle medicina? ¿Por qué una que era "verde"? No entendía absolutamente nada.
En el despacho no había nada más que fuese de interés, así que salí de la habitación.
Volví a recorrer todo el pasillo y luego subí unas escaleras vastas. Sólo había unas de ellas, por lo que sólo había dos pisos.
En el piso de arriba había un montón de baños, pero aparte de eso, también estaba el cuarto de Lucas y de Austrie. Decidí entrar e inspeccionar.
Todo estaba muy desordenado, por lo que me sería difícil encontrar algo de valor. Sólo encontré sus documentos de indentidad. Curiosamente, no se llamaban ni Austrie ni Lucas. Austrie en realidad se llamaba Amèlie Tompson. Lucas tampoco era el nombre verdadero de aquel chico, en realidad era Lhumer Tompson. Entones, si eran hermanos, ¿cómo es que estaban casados? ¿Eso no es ilegal? En esa casa cada vez encontraba cosas que me gustaban menos. Guardé también los documentos de identidad. Me preguntaba si Bill sabría sus verdaderos nombres. ¡Ah, casi se me olvida! En la habitación también encontré una caja fuerte que no pude abrir. Intenté memorizar este dato para otro día poder venir e intentar abrirla.
Acto seguido, salí del cuarto.
Como ya no tenía nada que hacer allí, decidí salir de esa casa lo antes posible, hasta que las vi...
Manchas de sangre iban desde el cuarto de baño que estaba al lado de su cuarto hasta el despacho, saltándose la blanca escalera, que destacaba mucho. Eso quería decir que la sangre de Bill no salió de su cuerpo accidentalmente...

lunes, 21 de diciembre de 2009

Agonizar para sobrevivir

No me acuerdo exactamente, pero creo que me desperté sobre las 12 y media de la mañana.
Podía ver el sol filtrarse por la ventana, cálido y resplandeciente. En cambio, el ambiente de la habitación era tétrico; eso era algo que me parecía extraño, sinceramente.
Contagié de felicidad el ámbito invitando a mi compañero de "cama" a levantarse y sentir el calor y la sensación de alegría que producía tal clima. No le recordaba muy bien. Tan sólo sabía que le había visto en la pensión. Tampoco recordaba lo que habíamos hecho ayer. Eso era un tema delicado, que me preocupaba y también me estremecía.
-Hola, em... - sentía pánico por haberle tocado. Tal ves se molestase y cabrease, no lo sabía, no lo conocía.
-¿Mm? - dijo él con aún los ojos cerrados.
-Me voy - anuncié.
-No, ¡espera! - gritó y abrió los ojos, todo de repente.
-¿Qué ocurré? - me estaba vistiendo cuando dije esto.
-¿No quieres saber lo que pasó ayer? - se recompuso y apoyó su brazo derecho en el colchón.
-No, no tengo interés alguno por saberlo.
-¿En serio?
-Por supuesto.
-Bueno, sólo te voy a dar una pista. Vete a la farmacia y compra un test de embarazo - dijo sonriendo, sin motivo aparente.
-¿Qué...? - esta pista me había horrorizado.
-¡Es broma! - se rió - Pero ahora sabes a lo que me refiero, ¿no?
-A mi pesar, sí.
-Pero tranquila, aquí en Bonn, hay muchas farmacias.
-No le des más vueltas, pues ya no me hace gracia alguna.
-Está bien, relájate.
-¡No puedo relajarme! - ya estaba completamente vestida, así que me senté en el borde de la cama con mis manos en constante movimiento por la agonía.
-Sí, se que puedes.
-¡¿Cómo pretendes que lo haga?! ¡¿Con mi paz interior?! ¡Por favor!
-Si esto es una burla, córtala por lo sano.
-¡No es ninguna burla! - hice una corta pausa para contar del 1 al 10 e intentar relajarme - ¡Yo no soy el que trae chicas a hoteles después de haberlas emborrachado para convertirlas en sus prostitutas!
-¿Me estás llamando chulo putas?
-¡¿Acaso no queda claro?! - le dije sacándole la lengua, con gesto de repulsa.
-Lárgate... ¡Fuera! - gritó él.
Así hice, puesto que no me resultaba interesante quedarme ahí y soportar sus gritos ni un minuto más. Me fui, sí; esta vez, con la dignidad por los suelos.
Solicité el ascensor y, para mi suerte, llegó en menos de 1 minuto. Entré. Cuando llegué a la planta de abajo del todo (donde se encontraba recepción), salí corriendo de allí para ir directamente a la peluquería. Ya era muy tarde y seguramente estuviesen a punto de comer. Yo no iba a quedarme sin por lo menos una hora de práctica. Lo que más me apetecía en esos momentos era aprender un oficio nuevo. Por una vez, me declaro, la aventurera Izzie.

Cuando entré en el local, ya eran las 12 y 36 minutos. Había que contar que yo del hotel salí a las 12 y 17 minutos. Así que, valorando el tiempo que solía tardar, gracias a mi mapa y a mi reloj conseguí llegar rápido por un día.
Cuando vi a Nicky, me acerqué a ella con apuro y también, con vergüenza.
-Hola, siento llegar tan tarde - le intenté mirar a los ojos, pero me resultó imposible, pues me esquivaba con la mirada.
-No pasa nada - finalmente, me miró a los ojos y observé que su cara estaba repleta de quemaduras de al menos 3er grado.
-¿Qué ha pasado? - le dije apenada, ya que era espantoso ver a alguien con síntomas de los que ayer no tenía rastro, y más como esos.
-Nada... - comenzó a sollozar y dejó caer varias pinzas a su alrededor - Sólo que ayer Hildenberg...
-¿Él te hizo esto?
-Sí. Pero, por favor, ¡no le cuentes esto a nadie!
-Está bien, no lo haré.
-Verás, ayer... - se percató de que había tirado unas pinzas y, en cuanto llegó un hombre fornido a la habitación, las recogió - Patty y su marido se estaban peleando por que ella no quería dejarle su peluquería a él. Cuando oí unos gritos bastantes agudos - entre ellos alguno que pedía socorro - me acerqué para ver lo que estaba sucediendo. Al ver la escena de Hildenberg pegando a su esposa, intenté pararlo, pero él es mucho más fuerte que yo, así que con un codazo me arrojó al suelo. Yo me volví a levantar e intenté salir de la habitación para coger el teléfono y llamar a la policía. Él se dio cuenta de lo que yo quería hacer y me lo impidió. Tras cansarse de forcejear e incluso llegar a usar la violencia con Patty, él sacó un mechero y prendió las cortinas en cuestión de segundos. Ella y yo intentamos salir corriendo, pero nos encerró, obviamente con él fuera. Nosotras intentamos salir derribando la puerta, pero no teníamos la fuerza suficiente. Intentamos apagar el fuego con un objeto de la habitación cualquiera, pero no resultó. Lo intentamos con varias cosas, pero ninguna funcionaba. Un hombre nos vio por la ventana del despacho y entró rápidamente en la peluquería y abrió la puerta para que pudiésemos salir. Fue muy amable de su parte, pero desafortunadamente, el fuego consiguió producir daños en algunas partes de nuestro cuerpo.
Hoy nos ha llegado una carta que informa de que Hildenberg es el propietario oficial de este local así que, según sus órdenes, debemos desalojar el local con todo el personal y sus artilugios. Siento tener que comunicarte esto, pero creo que te has quedado sin trabajo. Tú y todas nosotras.
Eso fue un gran golpe para mí. ¿Cómo iba a pagar ahora la pensión? ¿Y mis deudas? ¿Cómo iba a regresar a Broken Hills sin tan siquiera un billete de avión? He de reconocer que todo esto me había fastidiado, y mucho.
-No pienso ser la pesimista, pues no es mi especialidad. Pero, ¿tú que vas a hacer ahora que te has quedado sin trabajo? Porque yo, sinceramente, me siento ambigua como para ponerme a pensar.
-No quiero hablar de eso ahora, Izzie - intentó sonreír, pero lo único que salió de su alma fue un llanto inconfundible a los demás. No sabría expresarlo a la perfección, pero fue un llanto por la desgracia ajena. Y aunque aquí la mayoría de los lectores estén pensando en un entierro, debo decir que es algo parecido pero no es lo mismo. En un entierro, se llora - según mi punto de vista - por ti. ya que sabes que sin esa persona estarás solo y sin ayuda, y eso te apenada por ti mismo. En cambio, el llanto de Nicky, era claramente por Patty, que se sentía amenazada por su marido. Eso le afectaba.
-Bueno, no pasa nada, dejemos el tema - yo la verdad, no tenía más que decirle.
-Gracias - dijo mientras se sorbía la nariz.
-Has de calmarte, Nicky - acredité mientras frotaba su espalda para que se recompusiese.
-Me es imposible, entiéndelo.
-Lo entiendo, sólo que pienso que debes calmarte. Por tu bien y por el mío.
Súbitamente, el hombre que había visto antes anunció lo siguiente:
"Por favor, recogan todas sus cosas. Vamos a desalojar el local en menos de 20 minutos. Repito: por favor, recogan sus cosas. Vamos a desalojar el local en menos de 20 minutos".
Decidí marcharme antes de que comenzasen a desalojar el local. Nicky y yo nos dimos un abrazo amistoso, aunque apenas nos conocíamos hace unos 3 días. Ella me dio su número de teléfono y yo le di el mío, así no perderíamos el contacto.
Salí de esa peluquería que yo sabía perfectamente que tarde o temprano volvería a pisar. Tenía la curiosa certeza de que lo iba a hacer, no sé por qué.
Caminé hasta el portal de ayer donde predecía que habían distintas clases de taxis apiladas para formar un gran servicio al cliente. Eso me beneficiaba, ya que yo me movía por Bonn y sus alrededores en taxi.
Como siempre, cogí uno cualquiera. Me valía con que en el cartel de información trajese "Frei", que era libre.
El taxista era otro de los muchos que no sabían una pizca de inglés. Tuve que utilizar señas, cuales él entendió a la perfección sin yo tener la necesidad de usar el mapa. En ese momento reflexioné y caí en la cuenta de que cada vez me estaba acercando más a la evidencia, que era que yo tenía el "síndrome". No me podía creer que él hubiese estado en lo cierto durante todo este tiempo, que sus obstinaciones y reproches puediesen haber servido para algo. Tan sólo una mínima parte de mí le odiaba. ¿Qué debía o podía hacer? ¿Huir y desistir? ¿Mezclar sentimientos? Antes de renunciar a amarle, prefería la opción de la autodestrucción con un mortero.
Aún así, hoy tenía que ir a casa del señor Fenessy para comenzar con el tratamiento; le exigiría un vistazo rápido de los resultados, por si había algún error y realmente yo no tenía aquel "síndrome".
El hecho de ternerlo (si es que lo tenía) me era indiferente, es decir, que no cambiaría el ritmo normal que abarcaba mi vida. Ni tampoco cambiaría mi modo de hacer las cosas. Si lo tenía, bien, si no, también.
"Ojalá no tuviese tantas preocupaciones" pensé.
En ese momento, escuché como las ruedas frenaban estrepitosamente indicándome que el taxi ya había llegado a su destino. Yo le tendí el billete en dólares, al él decirme la cantidad en euros. Bajé del mismo algo agotada por el día que estaba llevando, aunque no me hubiese movido de un lado para otro en exceso.
Hoy la pensión la notaba más distante que otros días. Debía de ser porque, al acercarse el frío, los páramos empeoraban, creando un aspecto lóbrego hacia la pensión.
Yo, sin embargo, no tuve más remedio que entrar.
Estaba todo relativamente en calma, salvo por la freidora de la cocina, que se oía demasiado.
Husmeé por el corredor y comprobé que todas las habitaciones estaban desalojadas.
"¡Qué raro!" y era verdad, todo era muy extraño.
Decidí ignorarlo por un tiempo porque no se le debía dar más atención de la que se merecía. Entré en mi habitación; para ello tuve que recorrer todo el pasillo de nuevo, pues estaba al principio del todo y yo me encontraba justo al final.
Cuando abrí la puerta, vi claramente que debía de ordenar un poco la habitación, puesto que resultaba casi imposible encontrar algo en especial, y eso no les ayuda a la mayoría de las personas.
Me dispuse a recogerlo todo. Lo conseguí en tiempo récord prácticamente, ya que tampoco estaba tan desordenada. Tras esto, cogí el ordenador y me eché en la cama. Lo encendí y esperé a que el sistema se preparase. Fue una espera incómoda, pero mereció la pena, pues en el chat estaba conectada Erin.
-¡Hola! - escribió ella con seguramente más entusiasmo que yo.
-Hola, Erin.
-¿Qué te pasa? Te noto baja de moral.
-Y yo a ti muy alta.
-Sí (guiño). He conocido a un chico tan sólo hace unas horas. Pero te aseguro que es el amor de mi vida.
-¡Erin, por dios! ¡Qué estas embarazada!
-Yo te recuerdo que has escapado con un chico sin tan siquiera conocerle, así que ya me dirás tú quién es aquí la inconsciente - he de reconocer qie ahí estaba en lo cierto.
-Mira, no empecemos con lo del otro día.
-Tienes razón, perdón...
-Bueno, es igual. Y ahora dime, ¿ a quién has conocido?
-Verás, yo estaba tan tranquila dando un paseo por el parque con algunos apuntes que quería revisar allí. De repente (intencionadamente) , se me caen todos los apuntes justo cuando pasa él. Te juro que al verle caí rendida a sus pies. Alto, rubio, ojos castaños... Increíble, en una sola palabra. Bueno, en eso cuando se agacha a recoger todos mis apuntes, le vi... bueno, ya sabes. En ese momento descubrí la atracción que sentía por él. Desafortunadamente, se fue antes de que pudiera invitarle a tomar algo. Sólo se que va a pasear allí todos los días a la misma hora. ¡Ojalá haya suerte!
-Erin...
-No me digas más, te parece alocado.
-No es eso, sólo que creo que ese al que me describes es mi primo.
-¡¿Qué?!
-Y además tiene novia.
-Por favor, Izzie. Estoy casi segura de que no es él.
-Hazle una foto cuando le veas y salimos de dudas.
-Vale. ¡Ah, lo que te iba a preguntar! ¿Por qué estás así?
-Así... ¿cómo?
-¡Vamos, sabes a lo que me refiero! Así tan... amargada, triste, ausente.
-No estoy de ninguna de esas maneras.
-¿Ah, no?
-No.
-¿Entonces?
-¿Qué?
-¿Cómo te sientes?
-No puedo decírtelo. Igual sólo te puedo dar un adjetivo: traicionada.
-¡El chico con el que fuiste a Alemania tenía novia o se ha ehcado una allí? - como aborrecía que diese en el clavo.
-No, no es eso. Bueno, puede ser que una parte, pero...
-¡¿Qué me estás contando?! ¡¿Entonces entre vosotros habia feeling?!
-¡No! Solamente éramos amigos, porque él me habçia encontrado por la calle y...
Tuve que dejar de escribir porque me lo impidió otro comentario suyo.
-¡Qué mal se te da mentir! Y eso que estamos en el chat...
-Por favor Erin, dejemos el tema que si no me desconecto.
-Vale, vale.
-Bueno, dime, ¿qué tal va todo por ahí?
-"Ay", te tenía que contar algo pero... ¡Ah, sí! ¡Zoey y el profesor de ética están saliendo juntos!
-¡No me lo puedo creer! (Risa)
-¡Créetelo! ¡Si se lo pidió el profe y todo!
-(Risa)
-(Risa)
-Esto es... esto es...
-¡Impresionante!
-¡Alucinante!
Yo, por lo menos, comenzé a reir. Era algo que me ponía de tan buen humor que me producía la risa.
-Bueno, Zoey está más contenta...
-¡Cómo para no!
-"Ay", Izzie.... tengo que ir al baño. Creo que no voy a volver en por lo menos dos horas... Desconéctate, si es preciso. Adiós.
-Pero... ¡Erin!
Se desconectó.
Seguramente haya ido a vomitar. NO me extrañaría lo más mínimo.
Miré mi reloj. Ya era la 1 y media. Decidí ir a comer al funesto comedor, mas, ¿qué otra cosa podía hacer?
Apagué el ordenador y estiré las piernas, pues después de estar una media hora con el ordenador, siempre sentía pinchazos. Me dirigí hacia la puerta con cuidado de no producir más "hormigueo" (entre comillas).
Al pasar por recepción, no se encontraba la chica francesa; eso sí, la vi en el comedor preparando comida.
-Mademoiselle, le repas est prête.
-Merci.
Cogí asiento en la mesa más cercana al mostrador y la recepcionista me sirvió la comida. Era, cómo no, carne con patatas.
"Que deprimente" lo era, realmente.
Empezé a comer con desgana por la constante repetición de platos sencillos y que repiten. Seguramente lo más fino hubiese sido marcharme con educación y comer en un restaurante en el centro de Bonn. Pero definitivamente no era lo más educado.
Me acabé el plato y me levanté para lleverlo a la barra. Desde ahí, me despedí de la chica francesa y fui a la ducha de la pensión, para asearme un poco y cambiarme de ropa. En hacer esto tardé tan sólo 10 minutos.
Acto seguido, preparé mi bolso y puse rumbo a la mansión Fenessy, como siempre, a modo pedestre.

Al llegar allí, llamé sutilmente a la puerta.
-¿Quién es? - gritó una mujer (que era Austrie) entre llantos.
-¡Soy yo, Austrie! ¿Qué ocurre?
No obtuve respuesta, por lo que me atreví a pasar directamente.
Cuando entré, encontré a Austrie llorando y pidiendo ayuda a gritos.
-¿Qué sucede? - me acerqué a ella con sigilo, para no alarmarla. Intenté parecer tranquila, pero en mi interior me sentía agobiada.
-El... seño..r Fe..ness...y - dijo ella, balbuceando como si estuviese poseída y con la mano en el pecho, seguramente por la agonía que sentía ella también. Me señaló el pasillo con el dedo índice de la mano derecha.
Yo corrí hacia donde ella me indicó, con una carga que me impedía ir muy rápido, por cierto. Miré en todas y cada una de las habitaciones. Finalmente, miré en el despacho y los encontré. Lucas estaba a su lado intentando reanimarle. El señor Fenessy estaba tirdo en el suelo, con la mirada perdida y con un gran charco de sangre a su alrededor.
"¡Ayúdales!" gritó una voz en mi interior. Que yo aseguro, por lo más sagrado, que no provenía de mi mente.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un mecano construido con rapidez

-No es nada, simplemente que los resultados me han impresionado - dijo Bill, todavía sangrándole la mano.
-Ha sido todo muy angustioso para mí - dije, mientras mi cuerpo se enderecía y mi expresión se turnaba a seria - Por un momento creí que te había dado un infarto.
-Yo también lo creí, la verdad - me dijo incluso con una amplia sonrisa - Bueno, afortunadamente no ha sucedido nada de lo que podamos preocuparnos.
-Afortunadamente - repetí.
-Bien Izzie, ya tengo tus resultados - proclamó.
-Por favor, dime lo más primordial, no necesito que entres en detalles - estaba mirando de reojo los papeles, lo reconozco.
-Bien... Em.. - se aclaró la garganta - Siento decirte que sí. Tienes el síndrome.
Me quedé helada.
-Pero, debo decir a tu favor, que es el único caso que tiene cura. Por lo menos que se haya conocido.
Eso me animó. Pues es cómo si tienes cáncer pero tiene cura. Lo mío era una enfermedad, pero no mortal. Suponía.
Bill se quedó callado y yo también. Todavía estaba pálido y le chorreaban unas gotas de sangre procedentes de la mano. La moqueta había absorbido el café y la taza estaba distribuida en pequeños cascos. Era todo un escenario escalofriante.
Como vi que la conversación no daba para más (lógico, ya que yo no le había pedido detalles) , comencé a recoger lo que más destacaba y más convertía la habitación en puro desastre. En ese momento, llegó un chico con el pelo castaño, ojos claros y muy, muy sexi.
-¿Qué ha pasado? - le preguntó a Bill, como si yo no estuviese en la habitación en ese preciso momento.
-No ha pasado nada, sólo que se me ha caído una taza de café.
-Ah... - se acercó más a él apoderándose de una de las sillas de plástico que se encontraba cerca de la suya - Y, ¿quién es esa chica?
-Una amiga de Alejandro - esa defición no me complacía, pero no debía irrumpir - Le recuerdas, ¿no?
-Me temo que no, no le recuerdo.
-Deberías - le dijo él algo ofendido, por lo que noté.
-Bueno, me voy a ver a Austrie. Adiós.
Bill no se despidió de él, tan siquiera lo miró. Sólo giró la cabeza bruscamente y busco una posición relajada para poder descansar. Tras un rato, vio lo que aún estaba haciendo y se dirigió a mí.
-Por favor, Izzie, ¡deja eso! Ya lo recogerá ese chico tan arisco al que acabas de conocer.
-¿Quién es, Bill?
-El marido de Austrie, a ella la conoces, ¿verdad?
-Sí.
-Verás, ellos dos son mis hijos adoptivos. Los adopté hace unos 16 años. Ellos dos han sido mi vida desde entonces.
-Pero entonces, ¿cuántos años tienen?
-Austrie tiene 30 años, y Lucas 31.
-¿Por qué los adoptaste?
-Por aquel entonces, me sentía muy solo - recuperó su posición original, la que usó para comenzar a inspeccionar mis resultados - Había tenido un pequeño percance, y me mudé aquí sin tan siquiera saber por qué - hizo una corta pausa - Cuando vine aquí, no recordaba nada de mi vida anterior. Tan sólo sabía que había estado casado.
-Si habías perdido la memoria, ¿por qué nadie se hizo cargo de ti?
-Tal vez cuando supieron que tenía amnesia, desistieron de mí. Dejándome sólo - miró hacia otro lado con expresión apenada - Aunque no me hagas mucho caso, pues como ya sabes, no recuerdo nada.
-Bueno, creo que ya me he entrometido demasiado en tu vida, mejor me marcho.
-¡Espera! - gritó de repente, hundiendo todas mis energías positivas de golpe - Debes volver mañana, vamos a empezar con el tratamiento.
-De acuerdo, ¿a la misma hora? - le dije ya cerca de la puerta.
-Sí.
-¿Quieres que llame a Austrie? - le pregunté.
-No es necesario, puedes ir.
-Vale, como quieras. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Salí por la puerta intentando no hacer mucho ruido, pues tenía miedo a que se sobresaltase.
Mientras caminaba por el largo y ancho pasillo, divisé a Lucas apoyado contra la pared y con la cabeza gacha.
Fui valiente y le pregunté que pasaba.
-No pasa nada, no te metas en mis problemas - me dijo rudo.
Le ignoré y seguí caminando. No quería hablar con depresivos.
Tal vez debiera de hablar con Austrie en ese momento, pues me la encontré fregando los platos en la cocina, pero decidí respetar las decisiones del señor Fenessy.
Me disponía a salir cuando alguien se dirigió a mí.
-Adiós, Izzie - era Austrie, no me hizo falta ni volverme hacia ella.
-Hasta mañana - quería dejarle claro que volvería, así tal vez, fuese a preguntarle el por qué a Bill. Era una confesión indirecta.
En ese momento sí que abrí la puerta y salí.
Eran las siete, no era muy tarde. Me daba tiempo a prepararme.
Caminé de la misma forma que lo hice para venir hasta donde estaba. A paso tranquilo.

Al yo llegar a la pensión, los dos forasteros estaban discutiendo y la recepcionista intentando pararlos, pues estaban a punto de pegarse.
-Mademoiselle, s'il vous plaît, aidez-moi!
Hice lo que me dijo. Intenté retener al forastero ancho de huesos mientras que ella apartaba al delgado del otro.
Los dos se separaron mirándose de modo despectivo y enfadados. Uno fue al comedor y el otro decidió entrar en el pasillo que conducía a las diferentes habitaciones.
-Merci, je sais que j'aurais fait sans vous.
-Ce n'était rien - al decir esto, descubrí que tenía mucho acento - Je vais dans ma chambre, si je mai...
Prácticamente corrí hacia mi habitación. Cuando entré, rebusqué entre mis cosas y no tuve más remedio que utilizar el vestido que usé para salir a la ciudad ese día. Me resultó desagradable, pero había que hacerlo, pues no me quedaba otro.
Al igual que la otra vez, me rizé mi insulso pelo y lo preparé para deslumbrar más que nunca. También decidí llevar uno de mis mejores bolsos. Y, por último, el maquillaje y las gotitas de channel.
Me acordaba de una anécdota. Me acordaba de una vez en la que había quedado con una chico. Yo iba muy arreglada, pues sinceramente no sabía como ir. Cuando llegué, vi que él iba de chándal, y que me había invitado tan sólo a hacer botellón. Me enfadé muchísimo, tanto que le tiré el vaso de whisky a la cara. Me escapé de allí y nada más llegar a mi casa, llamé a Sharon y se lo conté todo, pues ella había pasado por algo parecido. Nunca más le volví a hablar. Todo por no haber sido explícito.
Mientras rememoraba todo esto, me sobresalté al ver la hora; ya eran las 8 y media de la tarde.
Salí apresurada de la habitación y también de la pensión. Por una vez, había una pila de taxis en la carretera, lo que me pareció extremadamente extraño, pero también muy oportuno.
Me subí a uno cualquiera, puesto que no era el tiempo de pararme a pensar.

Este taxi tardó 25 minutos en llevarme al centro de la ciudad, pues se había parado en varias ocasiones para insultar a demás vehículos que irrumpían el paso. Finalmente, me dejó cerca del portal.
Yo andé tan velozmente como pude, ya que llevaba tacones de gran altura.
Le vi. Estaba justo en ese posición, sí. En la de "me recuesto contra la pared y soy el rey". Mis palabras no tenían intención de ofensa o algo parecido, simplemente me resultó gracioso y despampanante.
-Hola - dije sonriente.
-Estás... - dijo mirándome con ojos como platos.
-No hace falta que busques adjetivos - le vacilé.
A él, como parece que no le hizo gracia el chiste ni lo pilló, esbozó una gran sonrisa, que le hacía quedar peor aún.
-¿Vamos? - dije apagando su sonrisa.
-Primero las damas - estiró el brazo para indicarme que pasase.
Yo, por una vez, no fui tan modesta y decidí escucharle.
-Por la derecha - me dijo él, ya que yo iba por la izquierda.
"Iría bien si me dijese dónde está el sitio al que me ha invitado" pensé.
El resto del camino, afortunadamente, fue bien.
Cuando ya íbamos por la calle en la que estaba el restaurante (yo al menos predecía que lo era), me vendó los ojos con un trozo de tela negra que se había arrancado del smoking.
"Es algo descuidado, pero por lo menos va vestido formal" para mí, eso era una virtud. Saber cuando debes ir bien vestido y cuando no.
Me tuvo que llevar agarrándome por los hombros. Por un momento me planteé la cuestión de que qué hacía yo ahí y por qué.
Súbitamente, noté un calor rozándome los brazos. Significaba que ya estábamos dentro del local. El ambiente era increíblemente relajado. Ningún tipo de murmullo o cubierto contra un plato se oía. Tan sólo yo notaba sus manos. Era lo único.
Me quitó la venda.
-Ya puedes abrir los ojos.
Todo era sencillamente hermoso. Velas en cada sitio al que dirigías la vista, mesas con manteles blancos y flores en su superficie. Paredes de madera auténtica y un suelo suave de moqueta. Y, lo más importante, nada más que él, un camarero y yo.
-Aún no me lo puedo creer - le dije en un tono de voz muy suave, todavía dándole la espalda y él todavía agarrándome por los hombros.
-Créetelo - hizo que le mirase a los ojos - Esta sala, esta noche, sólo para ti y para mí.
-Increíble.
Me cogió inesperadamene de la mano conduciéndome hasta una mesa apartada de todo. Donde las velas relucían más que en todo el salón.
-Es mágico, ¿no crees? - por primera vez me fijé en su brillante sonrisa y como contrastaban sus blancos dientes con el color de su piel.
-Sí, claro - dije algo atontada - Por cierto... ¿te puedo preguntar cómo te llamas?
-¿Realmente quieres saberlo?
-Por supuesto.
-Me llamo Jared.
-Me encanta ese nombre - intenté parecer seductora, ¿lo habría conseguido?
-¿Puedo - después de mi pequeña confesión - saber el tuyo?
-Me llamo Isobel, Izzie.
-¿En qué quedamos? - dijo ampliando su sonrisa aún más. Sólo quedaba más imbécil por minutos por hacer esos chistes tan malos. Aunque, dicen que los chistes malos son buenos... para la salud, claro.
-Mi diminutivo es Izzie - le dije intentando seguirle el rollo.
-Bien, Izzie, ¿qué vas a tomar?
-Me vale con cualquier ensalada, ya sabes, las chicas y sus dietas.
-Claro, ¡cómo no! No intentaré convencerte de lo contrario, te lo aseguro.
Lo extraño de todo esto, es que me sentía muy cómoda con él. Comenzaba a decir más tonterías por minuto. No era usual en mí, no lo lograba entender.
Se acercó el camarero para tomar nota. Él, para hacerme compañía, también pidió una ensalada.
-¿En serio?
-Todo mejor que nada, ¿no?
-Supongo, sí.
En casi menos de cinco minutos, las dos ensaladas ya estaban enfrente nuestro.
-Muchas gracias, Charlie.
-Siempre es un placer - le contestó el camarero, que rondaba los 45 años pero que parecía amable y comprensivo. Se fue enseguida, supongo que para no molestar.
-Esto está asqueroso - dijo simulando cara de repulsión.
-Lo mismo digo.
Los dos nos reímos, casi como si nos conociésemos de toda la vida.
Así, entre bromas y chistes, seguimos hablando durante toda la cena. Al mirarlo, me recordó por un momento a él, cuando se reía.
Cuando los dos terminamos la ensalada, nos pedimos dos copas de vino. Primero tomamos una, después otra, después otra... Hasta que finalmente acabamos dipsómanos.
Yo ya no podía tenerme de pie. Ni tan siquiera sentada. Él me cogió con las únicas fuerzas que le quedaban y pagó la cuenta. Yo oscilaba demasiado como para intentar pagarla yo.
Al salir, él todavía me agarraba. Me apoyó contra la pared y me susurró, simplemente igual que ayer.
-Te amo.
Yo le miré a los ojos y él me besó. Pero no un beso cualquiera. Un beso de verdad. Casi con amor, o por lo menos me lo pareció a mí.
Se separó de mis labios y pidió un taxi. En el nos subimos los dos. Él me besó de nuevo. Con más entusiasmo.
El taxi no tardó casi nada en completar su recorrido. Se paró justo enfrente de un hotel que parecía muy caro y lujoso. De nuevo, Jared me bajó del taxi y arrastró hacia la entrada del hotel y después hacia recepción. En cuanto podía, me daba un beso rápido.
Según me acuerdo, solicitó una suit. La cual la recepcionista no tardó en darle. Él dio una señal y apresuradamente le arrebató la tarjeta de sus manos. Subimos por el ascensor. Yo, sinceramente, me sentía estupendamente. Salvo por el pequeño detalle de que no me tenía en pié. Al llegar, pasó la tarjeta por el sensor y entramos ya con los labios juntos. Nos echamos en la cama y él comenzó a besarme en el cuello.
A partir de ese momento, no me acuerdo de nada más. Sólo puedo decirte, lector, que fue la cena más romántica y sensual de mi vida.