Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

jueves, 5 de agosto de 2010

Disputa reticente

Sin darme tan siquiera cuenta, me sumí en un profundo sueño. Soñe con el dulce rostro de Alex, desprendiendo belleza y cariño a su paso.
Un súbito ruido me despertó, haciendo que todos mis miembros temblasen, no sé si por la estridencia de tal ruido o por lo problemas que tenía en en mente; tal vez fuese una mezcla de todo aquello. Fuere como fuere, me levanté, observando la enrevesada escritura con la que había llevado a cabo aquella historia sin pies ni cabeza, pero que pensaba continuar cuando me encontrase desorientada. Expresar con palabras mis sentimientos a veces me resultaba difícil, otras efectivo.
Por instinto o tal vez por pánico, subí corriendo las escaleras teniendo a la vez precaución con el ruido que producía al hacerlo, perturbable, en ciertas pero remotas ocasiones.
Por un momento sentí un impulso por salir corriendo, pero algo me lo impedía. Soy propicia a dejarme llevar cuando mis sentidos me empujan a ello, pero esta vez había una gran rivalidad entre mis sentidos y un sentimiento hacia una persona, Alex. Sentía que estaba en peligro.
Aumenté el ritmo al que me llevaban mis pasos y en pocos segundos había llegado al marco de la puerta de nuestra habitación. Sin pensármelo, me escondí tras éste y comencé a observar lo que sucedía en la habitación. La oscuridad me impedía ver con claridad, más desde mi posición, donde la penumbra era aún más intensa que dentro de la habitación en cuestión. Pero mis pupilas me permitieron que divisase algo. Era una figura humana, esbelta, alta, y a juzgar por la complexión, de hombre. No era Alex, pues estaba segura de que éste yacía en la cama durmiendo, pues podía ver su figura. No cabía duda, la figura era un extraño que quería hacer daño a Alex. Le observaba, según parecía. Así estuvo alrededor de 3 minutos más cuando, de repente, y gracias a la tenue luz procedente de la ventana, pude ver con claridad un revólver. La figura estaba apuntando hacia Alex. Me desmoroné y casi me desmayo. Pero, por suerte, me contuve y en ese momento llegó la hora de mi intervención.
La figura me había visto, pues giró la cabeza hacia mi dirección. Con un ademán adusto, convirtió el objetivo de su revólver en mi persona. Pese a mi miedo, corrí a la velocidad del rayo hacia él y le tiré de manera burda, pero efectiva, pues el revólver fue a parar al rincón opuesto de la habitación y el hombre, de complexión no del todo fuerte, se movió sin muchas ganas y no puso mucha resistencia. Por ello, yo me relajé. Pero, sin esperármelo, me arrojó con una fuerza atroz que me causó un intenso dolor en la cabeza. Tenía claro que no era una contusión, pues de repente unas gotas de sangre se deslizaron por mi brazo derecho. El extraño corrió hacia donde se encontraba el revólver. Yo sentía un gran dolor, por lo que me resultó imposible el más ínfimo intento de defenderme ante tal felonía. El extraño se colocó en un ángulo en el que me fue imposible ver su semblante a la luz de la luna. Sólo vislumbré una daga, la especulé y me dije para mí que era tunecina. Me arropó una capa de horror. El que poseía tal arma blanca la estaba levantando lentamente para luego, supongo, asestar un golpe mayor a la bajada. Ya veía las puertas de la muerte cuando otra figura hizo caer a la que me iba a propinar el golpe. Hice un gran esfuerzo por mover la cabeza y vi una disputa entre dos hombres. Miré de nuevo hacia la cama y descubrí que no había nadie, por lo que deduje que uno de los que se enzarzaban con el otro era Alex. La capa de horror ahora era mayor. Instintivamente, moví mis brazos ensangrentados en busca del revólver. No estaba por ninguna parte. ¿Qué clase de broma era aquella? No era posible, pues yo vi como la figura se alejaba de mi posición, deduje en tal instante que para coger el revólver, pero, ¿de dónde había sacado la daga? Esas armas son de un tamaño considerable, y la hubiese visto incluso con aquella oscuridad. Debía de dejar de obcecar mi mente con tal tema y tratar de ayudar a Alex de todas las maneras. Pero, ¿cómo? Si me metía en medio, podía salir herida y eso no beneficiaría en nada. Debía de hacer algo, ¿pero qué?
La luz de la luna me permitió ver un jarrón, perfecto. Intentaría atraer la atención de los dos para luego estampar tan valiosa obra de arte en la cabeza del intruso. Con la poca fuerza existente en mi cuerpo, le di una patada al suelo y, con el estruendo, los dos aludidos se acercaron a mí; uno para atacarme y el otro para ayudarme. Vi un mechón rubio y dirigí el jarrón hacia mi objetivo. No pretendas, lector, que describa lo que pasó a continuación, porque caí al suelo como si el golpe fuese dirigido hacia mi persona. Lo último que pude ver, desde la penumbra de la habitación, fue un cadáver con una daga tunecina clavada en el corazón.

viernes, 12 de marzo de 2010

Veneno en el corazón

-¿Isobel? - oí una voz que reconocía a la perfección.
-¿Podemos seguir mañana con la historia, por favor? - le miré con los ojos entrecerrados por una combinación de odio, cansancio y miedo.
-Por supuesto. - su tono caballeroso me produjo confianza – Buenas noches, amor – me dio un beso rápido y le vi desaparecer por las escaleras.
Una vez se hubo ido, yo recompuse mi postura y me levanté lentamente de la silla.
-Esto es totalmente inverosímil – me dije para mí mientras caminaba con lentitud a lo largo de la planta baja y me llevaba las manos al rostro para cubrirlo.
Si conociese bien el páramo, habría salido a dar una vuelta en la noche oscura y apacible; poder perderme en mis pensamientos era algo que en esos momentos ansiaba. No podía ni de hecho quería salir ahora con él como acompañante, pues la soledad no siempre es mala. Me debía de conformar con el candente fuego del hogar sobrecargando el ambiente.
Sonreí, ingenua pues. No era normal hacer eso en la situación en la que me encontraba y desentenderme de todo. Sencillamente ilógico. Pero, cómo no, recopilar situaciones o fragmentos de hechos era lo esencial ahora. ¿Algún policía en la sala o científico loco? ¿No? En ese caso comienzo.
Si mal no me acuerdo, he recopilado ya dos páginas atrás. Por lo que continuo para no aburrir al lector.
Mi objetivo era preguntarle al reservado Alex “su historia”, cual yo interrumpí varias veces, por cierto. Me contó alguna información sobre su familia y sobre su marcha y como conoció a Bill. Algo de importancia, al menos para mí, fue el nombre verdadero de Bill. Coincidía con el nombre de mi auténtico padre. Una cosa que no coincidía era el apellido. Yo no sabía de donde venía mi apellido, pero por parte de madre no era. Todo esto me producía una inquietud que crispaba mis nervios aún jóvenes para tantas emociones de golpe. ¡Ah, si! Casi se me olvidaba. También me contó como cayó en las trampas de Amèlie y sus secuaces, eso sí, el final aún permanece acallado. Debía de hablar con él a primera hora y solucionar este enredo.
¿Sería Bill mi padre o simplemente es una extraña coincidencia? ¿Qué traman los hermanos Tompson y qué buscan realmente? Estas respuestas eran ahora importantes. Su implícito recuerdo en mi alma incitaba en mí agradables tardes a la luz del crepúsculo por el tiempo perdido y que ya será imposible de recuperar, aunque mi búsqueda finalice.
Aún así, no me puedo quejar del todo. Reside en mí el amor que nunca pude aprovechar como quise y que ahora comparto con él. Es lo único que me queda. Pues la relación con mi madre se podría decir que está muerta y a mis amigas no les puedo contar nada aunque quiera. Por dos razones: no se creerían nada de lo que les contase. Y la segunda, es que no tengo ningún tiempo para mí. Sería ridículo arriesgar mi vida por entrar en un chat. Ridículo e imperdonable.
Miré el reloj que llevaba en mi muñeca. La una de la madrugada nada más y nada menos. No es que el sueño me envolviese, solo la inquietud. Era incapaz de dormir en mi situación. Necesitaba hablar con alguien. Él quizá no quisiese hablar así que no le molestaría. Y como ya he mencionado, conectarse a un chat con la inminencia era todo masoquismo, y lo demás son tonterías.
“¿Qué hago?” pensé.
Y, con mis ideas brillantes y adecuadas para todo momento, subí al piso de arriba y saqué de mi maleta una libreta y un bolígrafo. No, no era la libreta del avión.
Bajé de nuevo con cuidado de no hacer ruido y encendí una vela que divisé mientras mis piernas me conducían hasta el piso de abajo.
Suficiente luz, suficiente vista de las palabras.
Escribí la fecha: 24 de Mayo de 2004.

La señorita Mooran poseía unos emblemáticos ojos con una peculiaridad que solía llamar la atención. “Brillantes como el sol y hermosos como su dueña” le decían los muchachos de la región, pues la señorita Mooran era, sin duda alguna, la mujer con más sex-appeal del país.
Su pelo, exageradamente lacio y adornado constantemente con cegadores prendedores, retrataba el rizo mejor que las pelucas de los jueces, y contrastaba con su tez, ya que ésta era blanquecina y su pelo, negro como el azabache.
En estos instantes, caminaba por Harley street para ver a su famosísimo y adinerado novio, con el cual se casaba la semana que viene. Ella no le amaba, por supuesto. Era engreído, hipócrita, excéntrico, y por no decir más de la cuenta, un maleducado. Su carácter era para ella una carga demasiado pesada y con la que no podría aguantar mucho tiempo, pero su físico era eserina para ella: un combate en el que, con dosis que superan el límite, se llega a la caída.
Cuando estaban cara a cara, alguien llamó a la puerta.
-¿Charles? - dijo una voz femenina – Soy Odette.
-Pasa, querida – dijo el doctor Truden mientras miraba fijamente a su supuesto sucesor, quien no cesaba de tomar apuntes.
La señorita Mooran entró en la consulta y el muchacho no podía parar de observarla. De repente hizo un comentario que hizo que la pareja le mirase de modo dubitativo.
-¡Menuda novia más guapa se ha echado usted, Dr.Truden! - al terminar soltó un silbido mientras la miraba descortésmente.
-Caustley, ¡ por favor! - exclamó mientras le daba un puñetazo a la mesa.
-Perdón, señor – el muchacho bajó la cabeza arrepentido.
Mientras contemplaba tal espectáculo, Odette Mooran se había acercado a su prometido y le había besado en la mejilla dulcemente, algo que produjo un escalofrío al doctor.
Desde su posición, miró con fervor a su prometida. Y después, a su pupilo.
-¿Nos puedes dejar solos, Caustley?
-Por supuesto, señor – el muchacho sonrió pícaramente. - Buenas tardes.
Una vez Caustley abandonó el sitio, la señorita Mooran ocupó el mismo.
-Charles, ¿recuerdas que había mencionado que esta noche se celebra una fiesta? - miró con desconfianza a su futuro esposo.
-Por supuesto, amor.
-¿Me acompañarás, verdad? - un brilló iluminó los ojos de Mrs. Mooran.
La verdad es que él tenía mejores cosas que hacer. Cosas de las que su prometida no podía enterarse y las que su íntimo amigo conocía y no se enteraba del por qué.
-Mi madre se ha puesto enferma, tuberculosis, creo. Tengo que permanecer a su lado.
A parte de su belleza, la señorita Mooran era famosa por sus amplios conocimientos y su inteligencia. Ella sabía a la perfección que él la estaba engañando, pero no era cuestión de dejarlo estar ni tampoco de reírse un poco.
-¡Es terrible, Charles! Te acompaño en el sentimiento.
Por no mencionar que era una mentirosa innata, más bien por parte de madre que de padre.
-Sí, es una situación horrible para mí.
-No me quedará más remedio que ir sola...
-Siempre puedes pedirle a cualquier muchacho que te acompañe, mismamente Caustley.
“¡Cómo se puede ser tan insensible!” pensó Mrs. Mooran.
Ya conocía los principios del Dr. Truden, pero nunca llegaría a pensar que fuesen tan pésimos.
Le conocía desde que poseía uso de razón, y siempre le había considerado un hombre del futuro, maduro, responsable... todo lo contrario de los niños de su edad. Nunca le había acabado de gustar algo en él, hasta aquel nefasto día, en el que vio algo que ninguna mujer de su calibre debería haber visto. ¡Él era un asesino! El espectacular e irrepetible doctor no era más que un vulgar asesino. ¿Cómo se iba a casar con él? ¿Cómo podría aguantar aquel miedo en el cuerpo? ¡Ella podía tener a todos los hombres que quisiera!
-Charles, ¡estoy harta! - ya no aguantaba más, había estallado con toda su ira y miedo acumulados.
-¿De qué, mi amor? - musitó el doctor con tono apaciguador.
-¡De esta situación! - pequeños rastros quedaron en sus mejillas tras llorar desconsoladamente durante cinco minutos y hacer al doctor perder el tiempo - ¡Yo lo vi! ¡Todo!
-Cálmate.
-¡No puedo!
-Dime, cariño – se acercó a ella y la cogió de las manos. - ¿Qué es lo que te inquieta de tal forma?
-Vi como asesinabas – se estremeció al pronunciar las últimas palabras – a mi hermana.
El doctor no reaccionó de ninguna manera, tan sólo la sonrió como si ella fuese una niña pequeña y no parase de decir una sarta de sandeces.
-No puedes haber visto nada, porque yo no he asesinado a nadie – lo dijo de una manera tan convincente, que si fuese verdad hasta él mismo se lo hubiese creído.
-No quiero parecer antipática – murmuró la señorita Mooran ahora más calmada - , pero nunca he confiado en ti.
-Es porque llevamos muy poco tiempo manteniendo una relación, Odette – carraspeó. - Pero, créeme, no he asesinado a nadie.
Mrs. Mooran sabía a la perfección lo que había visto. Para ella era un sacrificio recordar eso, pero debía.
Había anochecido, y Odette Mooran se sentía algo mareada de haber bailado tanto aquella noche.
Abrió la puerta de su casa y corrió en busca del interruptor, que parecía haberse desvanecido. Cuando hubo luz, apoyó su bolso en la primera silla que halló libre y fue a su cama a acostarse, sin tan siquiera pasar por el baño para refrescarse un poco.
Se quedó dormida, en un profundo y precioso sueño. Hacía tanto tiempo que no dormía de tal forma...
Lo peor fue cuando se despertó.
Su hermana, la misma que la había aguardado en su regazo tantísimas veces y que prácticamente la había criado, estaba tendida en el suelo y tenía el semblante azul. Todo indicaba que había sido cruelmente envenenada.

viernes, 15 de enero de 2010

Merecedora de una medalla a la más engañada

-Alex, sólo quiero hacerte otra pregunta – arrastré la silla hacia adelante para enderezarme y produje un ruido algo desagradable - , ¿de qué conoces a los hermanos Tompson y por qué les sigues?
Él también se puso recto y sus facciones continuaron serias como hasta el momento. Comenzó a hablar y yo me acomodé para escuchar su dulce voz durante un rato mientras me explicaba con todo lujo de detalles aquella historia que me hacia mirarle cada minuto de modo inquisitivo.
-Seguramente hayas mantenido una conversación con Bill en algún punto de vuestros encuentros sobre el tema – carraspeó - . Me siento en la obligación de aclararte algunos puntos, Isobel. Sabrás la historia de mi padre, pero no la mía. Mi madre falleció cuando yo apenas había cumplido la temprana edad de 8 años. Me quedé con mi padre aquí, en Alemania, hasta que cumplí los 15 años y mi tía, por parte de madre, me llevó a América. Mi padre por aquel entonces tenía muchas cosas de las que ocuparse y no podía tener a su cargo a su propio hijo tan siquiera. Me fue difícil aprender inglés, verdaderamente. Ya estaba acostumbrado. Pues cuando llegué a Alemania con 5 años tuve que aprender alemán, puesto que los primeros cinco años de mi vida estuve en España.
-Siento – me volví a enderezar y le miré de hito en hito – interrumpir tu relato. Pero he de hacerte una pregunta, ¿por qué viniste aquí, a Alemania?
-Mi padre, al ser nativo, anhelaba vehemente volver a su país. Mi madre, por el amor que sentía hacia él, aceptó su petición. Por ello todos tuvimos que ir a Alemania.
Hizo una pausa para tomar un sorbo de agua. Quizá, al sentirse incómodo por hablar de sí mismo, debiese de refrescar su voz y su espíritu.
-Mi madre era rusa, y como ya sabes, Rusia y Alemania nunca han pertenecido al mismo bando. Por ello, la familia de mi madre no estaba a favor de que su hija contrajera matrimonio con un alemán, aunque vivieran en el país, iba contra sus principios ostentosos. Lástima que el amor vence cualquier barrera y ese casamiento finalmente se produjo – dijo con cierto tono sarcástico - . Volviendo al tema. Cuando mi familia y yo vinimos a Alemania, tuve el placer de conocer a Bill, cual parecía algo preocupado y fanfarrón, si se me permite; quizá me lo pareció porque en realidad le daba pánico tan sólo ver una jeringuilla. En mi opinión, sufría y puede que sufra de emofobia. Aunque seguramente eso para ti no carezca de mucho interés, por lo que continuo. También me enteré de que tenía una hija a la que había abandonado junto con su esposa, el pobre hombre parecía de lo más dolido. Sí, en cierto modo me compadecía de él.
Mi padre y él trabajaban muchas horas juntos, pues mi padre era una especie de científico y Bill era médico; así pues, tenían mucha información y opiniones para intercambiar. Yo siempre permanecía al margen, sobre todo cuando mi madre falleció. Siempre podía contar con ella cuando gente visitaba la casa. Yo lo aborrecía y era para mí un alivio cuando la abandonaban. Por aquel entonces, mi sueño era poder ser como mi padre, como cualquier niño ingenuo. Años más tarde me di finalmente cuenta de que las posibilidades que me brindaban mis conocimientos eran mucho más amplias que las que me brindaban ejemplos como mi padre. Por una parte, agradecí haber sido llevado a América, pues ahí fue cuando mi vida empezó.
-¿A qué te refieres con que tu vida empezó? - le pregunté con curiosidad.
-¡Ay, mi querida Izzie! - se sentó en la silla próxima a la mía y una sonrisa se dibujó en sus labios - ¿No es algo evidente? Mi padre era un impedimento para mí. Una persona que me hacía sentirme mal conmigo mismo.
-Sí, lo siento, no me había percatado – susurré mientras bajaba mi cabeza con tímida expresión.
-¿Por qué te disculpas? - él parecía tan seguro de sí mismo, que me hizo poner los pies en la tierra – Tan sólo por un momento escucha al viento silbar y recuerda en donde te encuentras ahora, Isobel – me cogió de los hombros - . Tan sólo quiero que recuerdes que esta vida es muy distinta a la que tú conocías, seguramente. Yo hago todo lo posible para que cosas como estas no pasen. Yo soy oficialmente tu pareja y no debes de sentir timidez por algún detalle del que no hayas tenido tiempo de reflexionar y por el cual, por acto reflejo, me has preguntado. ¿Cómo no entiendes que te amo y que a mí una pregunta solo me ayuda a conocerte mejor, Isobel?
-Alex, para – abrí los ojos y levanté las cejas en muestra de desacuerdo con lo que estaba diciendo.
Aunque todo lo que decía era verdad. Mi vida había cambiado en estas dos últimas semanas radicalmente. Quizá lo que pasaba era que no sabía hacer otra cosa que no fuese exasperar a Alex, por eso se comportaba así. Realmente era algo que descartaba por segundos pues él me mostraba todo su amor pacientemente a mi muestra del mío. ¿Era yo merecedora de tales halagos y privilegios? No lo sabía, lo admito; sabía que le amaba. Él aún no. Yo era demasiado inmadura para mostrárselo. Era incluso inmadura para sentir lo que sentía y padecer de esta enfermedad en la que lo único que el alma expresa es sobrecogimiento cuando esa persona está cerca o bien despiste, a veces locura y otras muchas desesperación. Nadie sabe si es hasta la muerte, por eso yo quería aprovechar bien el tiempo que como bien había mencionado hoy, escaseaba.
-¡No! - exclamó mirándome con confusión - ¿Ahora está prohibido pronunciar dichas palabras?
-¿Y por qué no dejas que por una vez las pronuncie yo? - le miré con tranquilidad mientras esperaba una respuesta.
Se produjo un silencio incómodo. No sabía lo que decir ni yo tampoco.
Era justamente lo que había pensado. No tenía ningún dato de mi sentimiento por él ya que nunca salían las palabras de mi boca.
Mi apetito se esfumó de repente invitándome a marcharme en ese mismo instante. Era una pena, pues todavía no lo pensaba hacer. Quería mis respuestas y las quería ahora.
-¿No vas a decir nada? - no toleraba este comportamiento, y eso perjudicó en el tono de mi voz.
Su mirada estaba fija en el hogar y la mía en su rostro. Parecía como si no encontrase las palabras adecuadas para manifestar su opinión con respecto al asunto.
-Me es imposible... - seguía observando con atención a la llama y con su semblante frío e inexpresivo – darte una respuesta o tan siquiera brindarte la mayor parte de mi confianza. Debes comprenderlo. Tan solo nos hemos conocido hace 14 días.
-¿Qué insinúas? - me estaba reprimiendo, pues esas palabras me dolían e impactaban en mi corazón formando una ola de sufrimiento.
-No pienso abandonarte, pues me es imposible dejar de amarte – me miró directamente a los ojos con triste expresión - . Sólo intento decirte que quizá fuese mejor que pensases en con quien sales, Isobel.
-¿Debería?
-Tal vez así cambiases de opinión en ciertos temas.
-Ahora voy a efectuar yo la pregunta, ¿cómo no entiendes que te amo y que si labrado es mi espíritu e irreflexiva mi cabeza es tan solo por tu amor? - aquel líquido salió rápido, perfecto y pasó por mis mejillas para finalmente morir en mi boca.
-Quizá no te convengo – se acercó a mis labios dejándome muy poco espacio para sentenciar estas últimas palabras.
-O quizá me amas tanto que no puedes evitar pronunciar tales palabras porque crees que no estás a mi altura – reí con sinceridad, algo que en mucho tiempo no me había sucedido.
Juraría que en ese mismo instante se quedó sin argumentos. Yo permanecía sentada mientras sus labios se acercaban a los míos con la intención de acreditar en silencio que todo lo que yo había dicho era cierto. Por ello, me besó con más lujuria que la primera vez. Este no lo creí tan tierno y especial como el otro, por eso tuve que hacer lo que tuve que hacer.
-No, apático inseguro – aparté su rostro suavemente del mío - . Pienso ser intransigente hasta que una respuesta con uso de razón salga al fin de tus labios y no me la des a través de juntarlos con los míos.
Dudó por un momento, pero finalmente condujo su moral hasta un punto demasiado bajo y, al sentirse impotente por no tener vocabulario suficiente como para aclarar mi duda, continuó con su historia.
Se aclaró la garganta antes de continuar.
-Cuando llegué a América, fue testigo de todas las diferencias que hay entre la pequeña Alemania y el gran Estados Unidos, aparte de la que acabo de mencionar. Yo viví en Nueva York durante toda mi adolescencia. En ese periodo, me dediqué a aprender el idioma y a intentar seguir las clases. Pero también se cruzó alguna chica, y tuve la mala suerte de que esa chica fuese Amèlie. Su rostro de facciones perfectas, aunque por supuesto no tanto como las tuyas, su pelo, su carácter... todo ello me hizo caer en sus redes como tu has hecho conmigo. Poco a poco, comenzamos a mantener una relación más seria que la del día anterior, hasta que llegó el punto en el que le pedí matrimonio. Ella aceptó y pronto llegó el día de la boda. No te voy a dar mucho detalles, así que seré directo. Cuando el cura estaba dispuesto a hacer la pregunta, su hermano y unos tipos entraron armados y la llevaron con ella. Desde ese momento, yo quedé destrozado. La busqué por todos los sitios pero no di con ella. Meses más tarde mi tía falleció y yo busqué trabajo y lo encontré allí, en Broken Hills. Yo era feliz porque todo volvía a ser equilibrado, hasta que me llegó aquella carta escrita en letras rojas llamativas, decía algo como: “Tal vez me hayas conquistado en un pasado, pero seguramente no sepas que hay alguien en Alemania que solicita tu ayuda. Ven lo antes que puedas, yo te estaré esperando. Firmado: la voz de tus sueños” . Cuando la leí, tuve claro que era una rastrera trampa, así que no le presté atención. Días más tarde llegaron dos billetes de avión con rumbo a Berlín y que iban en un sobre con la firma de mi padre, cual sin lugar a dudas, era idéntica. Yo, caí en su trampa. Al llegar a Berlín y acudir a la dirección indicada en el sobre, los hermanos Tompson me secuestraron y obligaron a decirme todo lo que sabía sobre el síndrome, pues querían volverse adinerados con tal información. Yo me negué rotundamente, puesto que sabía que para mi padre aquella información era clandestina por el momento para todo ser humano excepto yo. Ellos me soltaron y me dieron un plazo de 3 días para tomar una decisión final. Pero no me soltaron como a lo que denomina “libertad”, me encerraron en una casa sin ventanas, puertas (excepto una) y cualquier comodidad. Allí pensé en todo aquello detenidamente y a los 3 días les dije que mi padre nunca me había contado nada. Ellos no me creyeron (como era de esperar). Todavía me quedaba otro as en la manga, y era el del cuento de que había fallecido. Al final tuvieron que confiar en mí y guardar las balas para otra ocasión. Al poder alejarme de aquel lugar, fui a visitar a mi padre. El único sitio donde se me ocurrió buscarle fue en nuestra casa, o al menos en la que yo había vivido la mayor parte de mi niñez. En vez de hallar allí a mi padre, lo encontré a él, a Bill. Él me contó que él era un viejo amigo de mi padre que tal vez yo no recordase. Me dijo que él se había ido a Londres por temas de trabajo. Yo preferí no contarle nada de lo que me había sucedido por si no era una persona de confianza y en realidad era un astuto mentiroso. Me permitió quedarme en la casa, pues él sí que me recordaba a mí. Yo eché un vistazo por la vivienda y encontré el carnet de identidad de Bill, y supe desde entonces que en realidad su nombre era Umberto Dickens y que su nacionlidad era americana.
Alex continuó hablando, solo, porque yo no le estaba escuchando. Cuando pronunció la última frase conocí la verdad y reconocí la mentira, cuales normalmente van separadas pero unidas en un mismo punto, y es el de todo vale en la guerra continua por una supervivencia justa entre seres humanos. Por ahora mi prioridad era encontrar lo que había perdido y recalcar mi desdicha a lo largo de la cálida noche de Mayo.

domingo, 10 de enero de 2010

El prejuicio de todo ángel receloso

Sonaron varios pitidos cortos. Finalmente, alguien descolgó el teléfono.
-¿Si? - dijo ella somnolienta.
-¿Mamá? - por un momento me asombré, pues aquí tan solo eran las 9 de la noche. Luego me di cuenta de que allí son 9 horas de diferencia.
-¡No puede ser! - súbitamente, se le había avivado el espíritu - ¡Te dije que no quería saber nada de ti!
-¿No puedes comportarte unos minutos como una persona con uso de razón y suficiente autonomía? - mi alma estaba en calma y mi cuerpo relajado. ¿Por qué mi voz entonces debería de sonar trémula?
-Creo – juraría que en mismo momento se había acostado en el sofá, cual deduje que tenía próximo – que no me encuentro en condiciones para hablar.
-Creo – repetí – que estás mintiendo.
-Pero... ¿cómo te atreves? - dijo, como si fuese el fin del mundo.
-Mamá, que te conozco. No pienso en absoluto que un descanso infinito sea lo que te espera a la otra esquina. Como mucho un resfriado sin importancia – intenté ser seria, pero no pude evitar pronunciar esta frase con sorna.
-¡Razón suficiente, mistress Starduck! - mantuvo la compostura, aunque parecía por su tono que iba a explotar de un momento a otro – .Si quieres hablar conmigo, antes has de explicarme algunas cosas, jovencita.
Eso me puso el vello de punta.
-¿Qué quieres saber? - estaba estremecida, sin remedio.
-¿Por qué te has marchado a Alemania sin decirme nada? - no parecía triste, no, más bien... enfadada.
-Tal vez porque no aguantaba más la vida allí – suspiré y me senté en la cama con velos de seda verdes - . Y, aunque fuese por otra razón, mi vida es mía. Además, ¿no te acuerdas que te dejé una nota en la cocina?
-¡Me encantó tu nota! - dijo sarcástica.
Cada vez mi odio hacia ella evolucionaba más rápido. ¿Cómo puede hacer esos comentarios? Ella nunca se había comportado de esa manera. Años atrás, me cuidaba tan sólo con amor y paciencia. Ahora ni siquiera me cuida, me desprecia y repugna. ¿Qué será lo próximo? Nada podía predecir en ese momento de dolor; aunque lo hubiese hecho, hubiese fallado, pues cada vez me daba más sorpresas.
-Sólo quiero hacerte una pregunta. ¿Tanto te costaría responderla? - mi ira también crecía por momentos.
-Depende de cual – se sorbió la nariz – , ya te he dicho que no estoy en condiciones para hablar.
-¡Por favor!
-Haz lo que tengas que hacer, hija de satanás.
-¡Eso es nuevo! - exclamé – Aunque no estás mal encaminada, pues satanás eres tú, ¿no? - bromeé.
-Mira, no me es de agrado hablar con niñatas como tú, a las que les he dado la vida – dejó de fingir, ahora me enfrentaba de verdad. ¿De qué se suponía que iba esto?
-Me has dado la vida – agarré un trozo de edredón con una mano y luego la cerré para convertirla en un puño, quizás así se calmase algo mi cabreo – para luego arrebatármela.
-Lo que hay que oír... - volvía a fingir, cómo no.
-¡De ti!
-Dime lo que me tengas que decir, Isobel – suspiró con impaciencia.
Fui directa, sin rodeos. Así tal vez me tomase en serio.
-¿Qué pasó hace 15 años?
Por un momento, hubo un silencio que se prolongó hasta perturbarme. Iba a preguntarle qué sucedía, pero en ese momento habló.
-¿Sinceramente quieres saberlo? - habló despacio y titubeó.
-Sinceramente – afirmé con firmeza.
-Creo que ya te he contado que se fue. Te voy a dar más detalles sobre ello, Isobel.
Su marcha fue un duro golpe. Sobretodo para mí. La situación económica no era muy buena, incluso aunque él dispusiese de un buen trabajo. Cada día se producían distintas peleas de las que tú seguramente no tengas ningún recuerdo, algo que agradezco. La noche en la que se fue, habíamos tenido la peor pelea de la historia. Todo fue por algo que en este momento no tiene mucha importancia. Tú, por suerte, no sufriste ningún daño; podrías haberlo hecho, puesto que varios jarrones y vasos se habían roto cerca de ti. En ese mismo instante, reconozco haber sido una mala madre. Sólo me justifico por el hecho de que debía de defenderme, y que no lo podía hacer si encima estabas a mi cargo. Recuerdo que aquella noche me hice un buen corte, pero no me percaté hasta el día siguiente. En un momento dado de aquella espantosa pelea, él desistió e hizo las maletas tan rápido como pudo. Nos dejó solas; lo confieso con todo el pudor que se me ha concedido sin intentar distanciarte del padre al que nunca has disfrutado como debiste. Una vez él se marchó, tú te quedaste a mi lado...
-Esa parte la recuerdo – irrumpí – Quiero saber qué paso después. ¿Supiste algo de él?
-Sólo recuerdo que meses más tarde me informó por carta de que se había ido del país – su voz temblaba y yo notaba que le costaba hablar.
-Es todo lo que necesito saber, hablamos otro día – esta vez, fui neutral y casi no se percató de que a ella le hablaba. Siempre habíamos mantenido una relación amistosa, aparte de la de madre-hija, claro.
-Espera, hija...
Antes de que pudiese continuar hablando, colgué. Este comportamiento arisco no me gustaba, pero en estos momentos, en los que algunas cosas empezaban a salir a la luz, necesitaba reflexionar y sacar mis propias ideas y conclusiones. Mi madre era una persona inexpugnable a la que siempre había que tratar con firmeza y seriedad para conseguir un propósito. Hoy quería sacar mis conclusiones sin tener que depender más de su ayuda. Cada situación a la que me enfrentaba era inminente, y tan siquiera sabía el tiempo del que disponía para conseguir aquellos propósitos. Tal vez fuese acertada la frase de Alex, aquella que se refería al peligro que corríamos a cada minuto que pasaba. Razón no le faltaba en absoluto.
Veamos, lo puedo argumentar así: Tengo un síndrome nuevo y desconocido, no sé como voy a tratarlo ahora que Bill está en el hospital. Tampoco sé muy bien quien es él, estoy juntando piezas para saber si puede ser aquella persona a la que yo añoraba tanto. Lo dudaba, pues los nombres no coincidían, pero siempre hay una historia detrás de cada suceso, y aquella de la que yo había sufrido un flashback me perturbaba. ¿Por qué se había ido? ¿Quién era él? Quería conocerle, al fin y al cabo, él era mi padre. Aparte de eso, debía de resolver el asunto con Alex. ¿Quién era la chica de la discoteca? ¿Por qué conocía a los hermanos Tompson y su historia? Quería hablar con él esta noche, aclarar todo lo referido a este tema. Parecía que el peligro acechaba y yo no me daba cuenta. La vehemencia es el punto débil de una adolescente, así que, me alegraba de que por lo menos fuese la única adolescente aquí.
Apresurados e impacientes, oí unos pasos acercarse por medio de la escalera. No podía ser otra persona que él.
En efecto.
-Ya está lista la cena – mencionó con un peculiar rasgo de inquietud y perseverancia pero a la vez dulce y calmado, era así de ambivalente.
Iba trajeado, seguramente por que para él la cena era importante. Suponía que yo debía de prepararme para no ser menos, pues sería una falta de educación ir informal.
-¿Me dejas un cuarto de hora para prepararme? - pregunté mordiéndome el labio mientras me levantaba de la cama en la que me había sentado.
-Como no – se acercó a mi y me cogió de la mano - . Tómate el tiempo que sea preciso.
-De acuerdo – mi respiración aumentó inesperadamente de ritmo. No estaba acostumbrada a estar tan cerca de él.
-Te dejaré a solas – caminó hasta la puerta y, antes de salir, giró la cabeza y sonrió mientras me miraba a los ojos con las pupilas fijas en mí con aires pretenciosos – No tardes demasiado.
Tras esto, salió de la habitación. Casi no lo noté, pues yo aún estaba sumida en mis pensamientos y a la vez esperanzada por otro beso a la hora de la cena. Quizás ahora se lo ahorró para hacerse el interesante, lo consiguió.
Yo, para la ocasión, escogí un vestido azul que casi no me di cuenta de que lo había traído conmigo. No era tan formal como un smoking pero tan poco tan simple como un vestido de campo. Se trataba de otro vestido de raso adornado por la parte inferior (cual no sobrepasaba las rodillas) con pequeños corazones azul marino a lo largo de una cinta de a lo mejor 2 centímetros de ancho; el vestido era suelto por abajo y ajustado por arriba gracias a cordeles que hacían presión en la zona de la cintura y el descote, tenía tirantes de tela y la espalda, por si al lector le interesa, estaba cubierta.
Así vestida, me maquillé con la máxima rapidez que el lápiz de ojos me permitía y tras peinarme, bajé por las escaleras con cuidado de no tropezarme. Llevaba un collar plateado de un corazón a juego con los del vestido y, como no, también me rodeaba la muñeca la pulsera de oro que me había regalado en el avión y encajado en mi dedo anular de la mano derecha, se hallaba el anillo de oro que tan sólo me había regalado hoy.
Le encontré en el salón de pie enfrente de la mesa de madera que se encontraba detrás de los sillones de cuero.
-Hoy ha aparecido un ángel en el salón de la cabaña, un ángel hermoso – repitió él mientras sonreía sin remedio.
-Tal vez el ángel se vaya si no le gusta la cena y deje al necesitado solo – bromeé mientras me acercaba a la mesa – .Eso será si el anfitrión no se porta bien.
-¿Por qué no iba a hacerlo? - formuló la pregunta de un modo sarcástico mientras , cómo no, apartaba la silla para que yo me sentase. Acto seguido se sentó él en la silla de enfrente.
-Quizá el ángel no es lo suficiente, y él se enfade por haberle mandado un ángel tan malo.
-Lo dudo mucho.
Es verdad. No debería de comportarme así, yo en esa cena tenía unos propósitos que por ahora no estaba llevando a cabo. Cuando bajé la cabeza para ver el plato, vi que había sido abastecido por un apetitoso sushi. También observé que la mesa estaba tapada por un mantel blanco impecable y por dos velas de pie de vainilla; el centro de mesa era un jarrón alto, hexagonal y de un matiz rojo intenso decorado con flores frescas en su interior, rosas, para ser más concretos.
-Has hecho un gran trabajo decorando esta mesa, haciendo esta cena y salvándome la vida – dije mientras le miraba fijamente y él estaba comiendo el plato con constancia.
Paró de comer y, como es de esperar, también fijó en mí su mirada.
-Yo creo que tú has sido la persona que me ha ayudado a comprenderte, eso vale aún más, Isobel – susurró con un tono un tanto sensual.
-Todo eso me encanta, Alex – interrumpí yo, como siempre, el momento – Pero hoy desearía aclarar algunas dudas.
-Puedes empezar por la primera, te escucho – pasó de ser apasionado a serio, era para verlo.
-Por ejemplo – me aclaré la garganta - , ¿a dónde te fuiste ese día, el de la discoteca?
-Ah, eso... - miró un momento hacia abajo sin mover la cabeza. Noté a la perfección que estaba nervioso – Él día que cometí tal error, me fui de la ciudad a Colonia, que se encuentra a más de 200 kilómetros de distancia. Yo tenía prácticamente claro que la chica con la que me había besado esa noche eras tú. Después de escribir aquella carta que seguramente tú hayas leído, hice mis maletas. ¿El por qué? Había dos. Uno, y el más importante, es que antes de venir aquí, me enteré que los hermanos Tompson aún estaban vivos y habían ido de visita a Colonia. Mi objetivo era seguirles y descubrir que tramaban esta vez. Ya sé que parece algo imposible, pues nosotros teníamos planeado ir a Berlín, pero en ese momento en el que tú te habías ido y mi padre había fallecido, debía continuar con unas pautas que ya estaban establecidas. En principio, mi objetivo no era ir a ese lugar, pues ellos eran para mi ya irrelevantes, pero ya que tenía la oportunidad, no pensaba rechazarla. El segundo motivo era que, después de tu supuesto rechazo, ya no podía continuar en esa ciudad que sólo me causaba dolor. Cuando llegué allí, a Colonia, me di cuenta de que era imposible que tú fueras ella. Tenía vagos recuerdos de su rostro y no os parecíais en nada. A tal punto, ya huí por pura cobardía.
Todo esto que me estaba contando Alex, cada vez me ayudaba a apartar de mi ese sentimiento receloso. Cada vez me daba cuenta de que todo aquello que había sucedido sólo había sido para mí un impulso a no poder vivir sin él y llegar a odiarlo por no estar junto a mí.

lunes, 4 de enero de 2010

Recuerdos de una noche a las doce en punto

-Ya hemos llegado – dijo finalmente Alex.
Nos encontrábamos en los bellos parajes de “Matamorjosa”. Me lo había explicado Alex mientras caminábamos rumbo hacia la cabaña. Era pequeña y estaba hecha a base de madera. No parecía muy antigua, pues la madera aún permanecía en su línea. Se filtraba algo de los de entre los juncos, lo que quería decir que un calentito hogar nos esperaba dentro. Seguramente lo habría encendido Alex antes de “salvarme”, aunque me extrañaba, pues la llama parecía muy viva para haber permanecido más de 2 horas encendida.
Abrió la puerta y yo pasé antes que él, debido a que su gesto caballeroso me invitó a hacerlo.
Al entrar, pude comprobar a la perfección que el adjetivo que había utilizado, “mágica”, era el adecuado, aunque tampoco acogedora era una mala acepción.
La cabaña consistía en un salón de un hogar precioso y llameante y de dos sillones blancos y de cuero. No había ningún tabique por medio del salón y la cocina, cuál era totalmente moderna y estaba bien surtida. Una escaleras se encontraban a unos pasos de la entrada y ocupaban gran parte de la planta baja. Juraría que menos algún detalle, la casa estaba hecha completamente de madera.
De repente rodeó mi cintura con el brazo e hizo que me estrechase contra él.
-¿Te gusta? - murmuró acercando sus labios a los míos.
-Es... - le besé – preciosa.
-Me alegro de que te guste – inesperadamente, se apartó y me sonrió emocionado - . Tengo una sorpresa. Espera aquí un momento.
Subió rápidamente por las escaleras sin yo casi darme darme cuenta. Decidí familiarizarme un poco con la casa en lo que regresaba. Husmeé con cautela por la cocina. Todo estaba repleto de comida de primera clase, cosa que no puede explicarme. Alex no era pobre, ya. Pero... ¿traer toda esta comida a una cabaña tan apartada? Me parecía una locura, aunque no me esperaba mucho menos.
Regresó con un paquete envuelto con un precioso papel charol rojo brillante. Alrededor de “la sorpresa” se encontraba una cinta blanca que me inspiró honestidad por parte de él, no sé por qué. Aunque estuviese tras su espalda, yo lo podía ver con disimulados gestos que parece que él no presintió.
-Ábrelo – me lo tendió. Era más grande cuando lo tenías enfrente, he de decir.
Cuidadosamente, me deshice de aquella cinta blanca. Así hice también con el papel charol mientras Alex me miraba ansioso, seguramente por que demoraba mucho en abrirlo. Cuando lo desenvolví, descubrí una caja. La abrí. Dentro había algo que no me esperaba.
-¿Guerra y Paz? - pregunté mientras le mostraba el libro, cual ya había sacado de su correspondiente caja.
-Pensé que te gustaría – dijo como con arrepentimiento.
-¡No! - exclamé – No me malinterpretes. Me encanta. Había quería leer esta obra desde hace un par de meses, pero no tuve la oportunidad de hacerlo.
-¿Seguro que te gusta? - se acercó a mi y me acarició la mejilla con la yema de los dedos.
-Seguro – esbocé una sonrisa.
-En ese caso, mira la caja de nuevo. Hay más al fondo – sonrió con picardía.
Yo volví a mirar la caja que tuve apartar con el brazo debido a que Alex se había acercado a mí tanto. En efectivo, había algo debajo. Era una cajita pequeña de terciopelo azul oscuro. Apoyé la caja en el suelo para abrir esta que tenía ahora entre mis manos.
-¡No puede ser! - casi grité de emoción.
Se trataba de un anillo bañado en oro con un candente diamante incrustado en el. Dentro había un mensaje: “Para mi ínclita Calíope”
-Alex, es precioso – le abracé.
-Quizá el próximo que te regale sea de compromiso – juntó sus manos detrás de su espalda y se balanceó sobre sus talones mientras miraba con disimulo al techo.
-Estás de broma, ¿no? - le miré con ironía mientras alzaba una ceja y mantenía la cajita entre mis manos.
La idea no me desagradaba, tan sólo que me parecía que era demasiado pronto; incluso quitando el hecho de que yo no estaba preparada.
-Puede que si y puede que no – se rió por lo bajo – Mejor dejemos el tema.
-Mejor – por fuera parecía enfadada, pero en mi interior estallaba en gozo – Sólo quiero saber una cosa. ¿A qué vienen todos estos lujos?
-No son lujos siempre que sean para ti – me cogió de la manos haciendo caer la cajita al suelo. Yo quería ir a recogerla, pero él me lo impidió – Hoy, además, tendremos una cena romántica en el balcón del piso de arriba; cuál por cierto, he de enseñarte. Acompáñame.
Aún me sostenía de la mano. Yo me dejé llevar, pues no quería discutir en un momento tan bonito como era este. Subimos las escaleras muy deprisa para su número de escalones, cuáles calculo que serían unos 30. La planta de arriba tan sólo era un pasillo no muy largo que constaba de tres habitaciones. Una supuse que era el baño, otra una habitación, pero de la otra no sabía absolutamente nada. ¡Ah, casi se me olvida! Cerca de las escaleras, había una puerta corredera de cristal que conducía al balcón, como muy bien había él acreditado.
-Vamos primero a ver la habitación – supuso que yo estaba de acuerdo, así que sin más dilación me guió a través del pasillo (aunque no había mucho para guiar) y abrió la primera puerta, que era la habitación.
Era la habitación más bonita que el lector se pueda imaginar. La cama de matrimonio estaba colocada en el centro de la habitación (que aproximadamente tenía 30 metros cuadrados), de ella caían velos de seda verdes, cuáles pegaban a la perfección con el estilo vetusto de la casa; ésta también estaba sujeta por barras de metal de color plata. A cada lado de la cama se hallaban dos mesitas de noche de un matiz castaño claro, para que destacase comparándolas con el suelo. Encima de la mesita de la derecha, había una lámpara de noche con tonos morados, lilas, etc. En el otro lado había dos velas de color lila (a juego con las de la lámpara) encendidas por una llama que también ardía con ahínco, al igual que la de la chimenea. Un armario ocupaba más de la mitad de la pared a la izquierda. No tenía espejos, pero su esplendor y su base (la misma que la de la mesita) lo convertía en un armario acogedor. Al lado el mismo, se encontraba un espejo ovalado que daba la cara a la ventana. En el lado derecho, había un sofá de color negro (que era de cuero, por cierto) y que estaba acompañado por una adorable mesita de cristal con sus bordes plateados. Encima de la mesita había una taza de café y un libro, cual título distinguí: El jinete polaco.
-¿Qué te parece la que será nuestra futura habitación, dueña de vehemencias, pudor y osadías? - preguntó él, con rostro ausente y pensativo.
-Me parece vanguardista y una preciosidad – contesté riéndome por lo bajo.
-En ese caso, vayamos a ver el resto de esta acogedora vivienda – sonrió con una maldad benigna, como si supiese que yo había pensado en ese adjetivo.
Continuamos andando a lo largo de aquel pasillo una vez salimos de la habitación. Esta vez me condujo al baño. Lo predije ya que olí un suave aroma a canela y vainilla que seguramente no proviniesen de una segunda cocina.
-La siguiente parte de nuestra visita pertenece a la de un luminoso y espacioso baño receptor de muchas fragancias que se han expandido en su interior y están a la espera del más dulce de todos, que va a entrar en este mismo instante – no pude evitar sonreírle, el tampoco a mí.
Yo entré antes que él, que iba pisándome los talones.
-Puedo andar sola, Alex – dije dándole la espalda mientras contemplaba el esplendor del baño.
La mitad de aquel cuartito pertenecía a un magno jacuzzi de forma cuadrangular y ovalada por las esquinas. Los lados del mismo eran exactamente iguales a la mitad de la pared del aseo, verde oscura y con reflejos color arena. Directamente situado enfrente de la puerta se hallaba el lavabo, cuyo soporte me pareció magnífico; una madera de roble que al tacto parecía una fina capa de cristal, en realidad era fuerte y duradera. Contrastaba a la perfección con aquellas cuatro paredes. Y, como no, había un excusado de color crema al lado del lavabo. También había un armario bastante alto y estrecho que también estaba hecho de roble y los pomos eran de un penetrante matiz dorado.
-¿Cómo puede llegar a ser posible todo esto? - me pregunté a mi misma de modo implícito.
Aún así me contestó.
-El mundo es muy pequeño, Izzie – me abrazó por detrás con suavidad haciéndome sentir como en mi casa. Lo consiguió, por el simple detalle de llamarme Izzie ya me parecía estar en mi hogar – bueno, creo que ya ha llegado la hora de que veas el despacho.
Me agarró por los hombros y recorrimos tan sólo una pequeña parte de lo que venía siendo el pasillo.
Una entrada majestuosa es lo único que se espera una persona en cada camino que recorre. Yo también lo buscaba. Dentro de ese camino siempre existían cosas que no nos gustaban, por ejemplo, un largo día de trabajo o una espera interminable. En mi vida, tal vez pocas veces me haya encontrado obstáculos como esos, aquellos que nunca te dejarán continuar; al menos no como tú deseases. Lo he arriesgado todo. He querido su bien y el mío. Tan sólo he podido conseguir uno en conjunto, pero eso es más fácil para los dos. Me he hartado de ser una persona paciente, he ansiado el riesgo y los sabores de algo fijo, que sabes que nunca se irá. Me he acordado de alguien estos días. Su rostro, su mirada de águila, su labia y su inoportuno e incansable amor incondicional que ha desarrollado durante toda su vida, hasta que se fue. Con sencillez. No le habría seguido de no saber algo. ¿Cuánto le he esperado? Creo que demasiado. La música se había desvanecido por minutos y el reloj de cuco ya había marcado las doce. Había una persona llorando de cara a la ventana observando como la lluvia caía sin cesar y no amainaba tan sólo un minuto. Su mente se concentraba en él, y la mía debía de estar concentrada en los tres. Mis años me impedían hacer algo más. Quizás con mi edad actual podría haberlo buscado o al menos intentado amortiguar el golpe. Ahora no se podía hacer nada. Ella era la única en la que confiaba para actuar, cosa que no hizo ni tenía pensado hacer. Caminé con dificultad hasta ella (pues aún estaba desarrollando mi sentido del equilibrio y la coordinación) y tiré de su manga. Giró bruscamente la cabeza. Parecía que no sentía ni padecía y que en ese momento sólo le importaba observar el paisaje por la ventana con la esperanza de que él regresara. Las lágrimas ya parecían haberse apegado a sus mejillas enrojecidas por la combinación de frío y sufrimiento. Sólo pude captar estas palabras que salieron temblorosas de su boca: “Umberto, ¿qué te ha pasado?” Ya no podía aguantar más, así que decidí ir despacio hacia el baño a por un trozo de papel para que al menos se limpiase aquellas lágrimas. Difícilmente, lo logré. Se lo tendí en cuanto tuve la oportunidad, cuando su alma ya se había apaciguado en cierto modo. Tras secarse estas, abrió la ventana de par en par y yo me acurruqué junto a ella para evitar coger frío y sentir miedo debido a la oscuridad de la noche. Ella gritó a los cuatro vientos: “Es mi elección, ¿te vale? ¡¿Te vale?!” Cerró rápidamente las ventanas y cuando apoyó la cabeza tras la la cortina para que nadie la viese, rompió a llorar de nuevo. “No llores” musité con mi único vocabulario mientras tiraba de su manga. Ella paró súbitamente, dobló las piernas para estar a mi altura y me acarició el pelo mientras sonreía levemente. “Tú y yo – susurró de repente - , alcanzaremos todo lo que nos propongamos sin su ayuda. ¿Qué te parece?” Yo no pude evitar reír al verla feliz de nuevo. Ahora me doy cuenta de que esa felicidad no pertenecía a ella, si no a mí.
-¿Izzie, Izzie...? - oí mi nombre de la nada.
-¡¿Qué?! - exclamé sobresaltada mientras comprobaba que sólo era la voz de Alex.
-¿Qué te ha ocurrido? - manifestó con preocupación – Por un instante, tus mirada parecía perdida y tus manos temblaban a una velocidad indescriptible.
-Creo que he sufrido un flashback, Alex – dije con tono tranquilizador.
-Esperemos que sólo sea eso – esbozó una sonrisa - ¿Deseas ver el estudio?
-¿Te importaría que lo dejásemos para otro momento? Pienso que no estoy del todo bien – me llevé la mano a la frente.
-Lo mejor será que te acuestes un poco mientras yo preparo la cena – me cogió de las manos con suavidad y ternura.
Cada vez Alex me impresionaba más. Era increíble que un chico de su edad supiese cocinar tan sólo un huevo frito, así que que supiese hacer una cena decente era algo que me derretía.
Me llevó sin prisas a la habitación y allí me dijo donde se encontraba mi equipaje. Yo le agradecí su ayuda pero le dije que sólo necesitaba echarme un rato en aquella cama. Él no replicó y me dejó a solas. Cuando se fue, yo rechacé por un instante a mi tiempo de descanso para llamarla. Tal vez ella pudiese explicarme esa etapa de mi vida que acaba de conocer ahora mismo y de la que ella sólo había tratado de olvidar.