Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

jueves, 5 de agosto de 2010

Disputa reticente

Sin darme tan siquiera cuenta, me sumí en un profundo sueño. Soñe con el dulce rostro de Alex, desprendiendo belleza y cariño a su paso.
Un súbito ruido me despertó, haciendo que todos mis miembros temblasen, no sé si por la estridencia de tal ruido o por lo problemas que tenía en en mente; tal vez fuese una mezcla de todo aquello. Fuere como fuere, me levanté, observando la enrevesada escritura con la que había llevado a cabo aquella historia sin pies ni cabeza, pero que pensaba continuar cuando me encontrase desorientada. Expresar con palabras mis sentimientos a veces me resultaba difícil, otras efectivo.
Por instinto o tal vez por pánico, subí corriendo las escaleras teniendo a la vez precaución con el ruido que producía al hacerlo, perturbable, en ciertas pero remotas ocasiones.
Por un momento sentí un impulso por salir corriendo, pero algo me lo impedía. Soy propicia a dejarme llevar cuando mis sentidos me empujan a ello, pero esta vez había una gran rivalidad entre mis sentidos y un sentimiento hacia una persona, Alex. Sentía que estaba en peligro.
Aumenté el ritmo al que me llevaban mis pasos y en pocos segundos había llegado al marco de la puerta de nuestra habitación. Sin pensármelo, me escondí tras éste y comencé a observar lo que sucedía en la habitación. La oscuridad me impedía ver con claridad, más desde mi posición, donde la penumbra era aún más intensa que dentro de la habitación en cuestión. Pero mis pupilas me permitieron que divisase algo. Era una figura humana, esbelta, alta, y a juzgar por la complexión, de hombre. No era Alex, pues estaba segura de que éste yacía en la cama durmiendo, pues podía ver su figura. No cabía duda, la figura era un extraño que quería hacer daño a Alex. Le observaba, según parecía. Así estuvo alrededor de 3 minutos más cuando, de repente, y gracias a la tenue luz procedente de la ventana, pude ver con claridad un revólver. La figura estaba apuntando hacia Alex. Me desmoroné y casi me desmayo. Pero, por suerte, me contuve y en ese momento llegó la hora de mi intervención.
La figura me había visto, pues giró la cabeza hacia mi dirección. Con un ademán adusto, convirtió el objetivo de su revólver en mi persona. Pese a mi miedo, corrí a la velocidad del rayo hacia él y le tiré de manera burda, pero efectiva, pues el revólver fue a parar al rincón opuesto de la habitación y el hombre, de complexión no del todo fuerte, se movió sin muchas ganas y no puso mucha resistencia. Por ello, yo me relajé. Pero, sin esperármelo, me arrojó con una fuerza atroz que me causó un intenso dolor en la cabeza. Tenía claro que no era una contusión, pues de repente unas gotas de sangre se deslizaron por mi brazo derecho. El extraño corrió hacia donde se encontraba el revólver. Yo sentía un gran dolor, por lo que me resultó imposible el más ínfimo intento de defenderme ante tal felonía. El extraño se colocó en un ángulo en el que me fue imposible ver su semblante a la luz de la luna. Sólo vislumbré una daga, la especulé y me dije para mí que era tunecina. Me arropó una capa de horror. El que poseía tal arma blanca la estaba levantando lentamente para luego, supongo, asestar un golpe mayor a la bajada. Ya veía las puertas de la muerte cuando otra figura hizo caer a la que me iba a propinar el golpe. Hice un gran esfuerzo por mover la cabeza y vi una disputa entre dos hombres. Miré de nuevo hacia la cama y descubrí que no había nadie, por lo que deduje que uno de los que se enzarzaban con el otro era Alex. La capa de horror ahora era mayor. Instintivamente, moví mis brazos ensangrentados en busca del revólver. No estaba por ninguna parte. ¿Qué clase de broma era aquella? No era posible, pues yo vi como la figura se alejaba de mi posición, deduje en tal instante que para coger el revólver, pero, ¿de dónde había sacado la daga? Esas armas son de un tamaño considerable, y la hubiese visto incluso con aquella oscuridad. Debía de dejar de obcecar mi mente con tal tema y tratar de ayudar a Alex de todas las maneras. Pero, ¿cómo? Si me metía en medio, podía salir herida y eso no beneficiaría en nada. Debía de hacer algo, ¿pero qué?
La luz de la luna me permitió ver un jarrón, perfecto. Intentaría atraer la atención de los dos para luego estampar tan valiosa obra de arte en la cabeza del intruso. Con la poca fuerza existente en mi cuerpo, le di una patada al suelo y, con el estruendo, los dos aludidos se acercaron a mí; uno para atacarme y el otro para ayudarme. Vi un mechón rubio y dirigí el jarrón hacia mi objetivo. No pretendas, lector, que describa lo que pasó a continuación, porque caí al suelo como si el golpe fuese dirigido hacia mi persona. Lo último que pude ver, desde la penumbra de la habitación, fue un cadáver con una daga tunecina clavada en el corazón.