Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

domingo, 10 de enero de 2010

El prejuicio de todo ángel receloso

Sonaron varios pitidos cortos. Finalmente, alguien descolgó el teléfono.
-¿Si? - dijo ella somnolienta.
-¿Mamá? - por un momento me asombré, pues aquí tan solo eran las 9 de la noche. Luego me di cuenta de que allí son 9 horas de diferencia.
-¡No puede ser! - súbitamente, se le había avivado el espíritu - ¡Te dije que no quería saber nada de ti!
-¿No puedes comportarte unos minutos como una persona con uso de razón y suficiente autonomía? - mi alma estaba en calma y mi cuerpo relajado. ¿Por qué mi voz entonces debería de sonar trémula?
-Creo – juraría que en mismo momento se había acostado en el sofá, cual deduje que tenía próximo – que no me encuentro en condiciones para hablar.
-Creo – repetí – que estás mintiendo.
-Pero... ¿cómo te atreves? - dijo, como si fuese el fin del mundo.
-Mamá, que te conozco. No pienso en absoluto que un descanso infinito sea lo que te espera a la otra esquina. Como mucho un resfriado sin importancia – intenté ser seria, pero no pude evitar pronunciar esta frase con sorna.
-¡Razón suficiente, mistress Starduck! - mantuvo la compostura, aunque parecía por su tono que iba a explotar de un momento a otro – .Si quieres hablar conmigo, antes has de explicarme algunas cosas, jovencita.
Eso me puso el vello de punta.
-¿Qué quieres saber? - estaba estremecida, sin remedio.
-¿Por qué te has marchado a Alemania sin decirme nada? - no parecía triste, no, más bien... enfadada.
-Tal vez porque no aguantaba más la vida allí – suspiré y me senté en la cama con velos de seda verdes - . Y, aunque fuese por otra razón, mi vida es mía. Además, ¿no te acuerdas que te dejé una nota en la cocina?
-¡Me encantó tu nota! - dijo sarcástica.
Cada vez mi odio hacia ella evolucionaba más rápido. ¿Cómo puede hacer esos comentarios? Ella nunca se había comportado de esa manera. Años atrás, me cuidaba tan sólo con amor y paciencia. Ahora ni siquiera me cuida, me desprecia y repugna. ¿Qué será lo próximo? Nada podía predecir en ese momento de dolor; aunque lo hubiese hecho, hubiese fallado, pues cada vez me daba más sorpresas.
-Sólo quiero hacerte una pregunta. ¿Tanto te costaría responderla? - mi ira también crecía por momentos.
-Depende de cual – se sorbió la nariz – , ya te he dicho que no estoy en condiciones para hablar.
-¡Por favor!
-Haz lo que tengas que hacer, hija de satanás.
-¡Eso es nuevo! - exclamé – Aunque no estás mal encaminada, pues satanás eres tú, ¿no? - bromeé.
-Mira, no me es de agrado hablar con niñatas como tú, a las que les he dado la vida – dejó de fingir, ahora me enfrentaba de verdad. ¿De qué se suponía que iba esto?
-Me has dado la vida – agarré un trozo de edredón con una mano y luego la cerré para convertirla en un puño, quizás así se calmase algo mi cabreo – para luego arrebatármela.
-Lo que hay que oír... - volvía a fingir, cómo no.
-¡De ti!
-Dime lo que me tengas que decir, Isobel – suspiró con impaciencia.
Fui directa, sin rodeos. Así tal vez me tomase en serio.
-¿Qué pasó hace 15 años?
Por un momento, hubo un silencio que se prolongó hasta perturbarme. Iba a preguntarle qué sucedía, pero en ese momento habló.
-¿Sinceramente quieres saberlo? - habló despacio y titubeó.
-Sinceramente – afirmé con firmeza.
-Creo que ya te he contado que se fue. Te voy a dar más detalles sobre ello, Isobel.
Su marcha fue un duro golpe. Sobretodo para mí. La situación económica no era muy buena, incluso aunque él dispusiese de un buen trabajo. Cada día se producían distintas peleas de las que tú seguramente no tengas ningún recuerdo, algo que agradezco. La noche en la que se fue, habíamos tenido la peor pelea de la historia. Todo fue por algo que en este momento no tiene mucha importancia. Tú, por suerte, no sufriste ningún daño; podrías haberlo hecho, puesto que varios jarrones y vasos se habían roto cerca de ti. En ese mismo instante, reconozco haber sido una mala madre. Sólo me justifico por el hecho de que debía de defenderme, y que no lo podía hacer si encima estabas a mi cargo. Recuerdo que aquella noche me hice un buen corte, pero no me percaté hasta el día siguiente. En un momento dado de aquella espantosa pelea, él desistió e hizo las maletas tan rápido como pudo. Nos dejó solas; lo confieso con todo el pudor que se me ha concedido sin intentar distanciarte del padre al que nunca has disfrutado como debiste. Una vez él se marchó, tú te quedaste a mi lado...
-Esa parte la recuerdo – irrumpí – Quiero saber qué paso después. ¿Supiste algo de él?
-Sólo recuerdo que meses más tarde me informó por carta de que se había ido del país – su voz temblaba y yo notaba que le costaba hablar.
-Es todo lo que necesito saber, hablamos otro día – esta vez, fui neutral y casi no se percató de que a ella le hablaba. Siempre habíamos mantenido una relación amistosa, aparte de la de madre-hija, claro.
-Espera, hija...
Antes de que pudiese continuar hablando, colgué. Este comportamiento arisco no me gustaba, pero en estos momentos, en los que algunas cosas empezaban a salir a la luz, necesitaba reflexionar y sacar mis propias ideas y conclusiones. Mi madre era una persona inexpugnable a la que siempre había que tratar con firmeza y seriedad para conseguir un propósito. Hoy quería sacar mis conclusiones sin tener que depender más de su ayuda. Cada situación a la que me enfrentaba era inminente, y tan siquiera sabía el tiempo del que disponía para conseguir aquellos propósitos. Tal vez fuese acertada la frase de Alex, aquella que se refería al peligro que corríamos a cada minuto que pasaba. Razón no le faltaba en absoluto.
Veamos, lo puedo argumentar así: Tengo un síndrome nuevo y desconocido, no sé como voy a tratarlo ahora que Bill está en el hospital. Tampoco sé muy bien quien es él, estoy juntando piezas para saber si puede ser aquella persona a la que yo añoraba tanto. Lo dudaba, pues los nombres no coincidían, pero siempre hay una historia detrás de cada suceso, y aquella de la que yo había sufrido un flashback me perturbaba. ¿Por qué se había ido? ¿Quién era él? Quería conocerle, al fin y al cabo, él era mi padre. Aparte de eso, debía de resolver el asunto con Alex. ¿Quién era la chica de la discoteca? ¿Por qué conocía a los hermanos Tompson y su historia? Quería hablar con él esta noche, aclarar todo lo referido a este tema. Parecía que el peligro acechaba y yo no me daba cuenta. La vehemencia es el punto débil de una adolescente, así que, me alegraba de que por lo menos fuese la única adolescente aquí.
Apresurados e impacientes, oí unos pasos acercarse por medio de la escalera. No podía ser otra persona que él.
En efecto.
-Ya está lista la cena – mencionó con un peculiar rasgo de inquietud y perseverancia pero a la vez dulce y calmado, era así de ambivalente.
Iba trajeado, seguramente por que para él la cena era importante. Suponía que yo debía de prepararme para no ser menos, pues sería una falta de educación ir informal.
-¿Me dejas un cuarto de hora para prepararme? - pregunté mordiéndome el labio mientras me levantaba de la cama en la que me había sentado.
-Como no – se acercó a mi y me cogió de la mano - . Tómate el tiempo que sea preciso.
-De acuerdo – mi respiración aumentó inesperadamente de ritmo. No estaba acostumbrada a estar tan cerca de él.
-Te dejaré a solas – caminó hasta la puerta y, antes de salir, giró la cabeza y sonrió mientras me miraba a los ojos con las pupilas fijas en mí con aires pretenciosos – No tardes demasiado.
Tras esto, salió de la habitación. Casi no lo noté, pues yo aún estaba sumida en mis pensamientos y a la vez esperanzada por otro beso a la hora de la cena. Quizás ahora se lo ahorró para hacerse el interesante, lo consiguió.
Yo, para la ocasión, escogí un vestido azul que casi no me di cuenta de que lo había traído conmigo. No era tan formal como un smoking pero tan poco tan simple como un vestido de campo. Se trataba de otro vestido de raso adornado por la parte inferior (cual no sobrepasaba las rodillas) con pequeños corazones azul marino a lo largo de una cinta de a lo mejor 2 centímetros de ancho; el vestido era suelto por abajo y ajustado por arriba gracias a cordeles que hacían presión en la zona de la cintura y el descote, tenía tirantes de tela y la espalda, por si al lector le interesa, estaba cubierta.
Así vestida, me maquillé con la máxima rapidez que el lápiz de ojos me permitía y tras peinarme, bajé por las escaleras con cuidado de no tropezarme. Llevaba un collar plateado de un corazón a juego con los del vestido y, como no, también me rodeaba la muñeca la pulsera de oro que me había regalado en el avión y encajado en mi dedo anular de la mano derecha, se hallaba el anillo de oro que tan sólo me había regalado hoy.
Le encontré en el salón de pie enfrente de la mesa de madera que se encontraba detrás de los sillones de cuero.
-Hoy ha aparecido un ángel en el salón de la cabaña, un ángel hermoso – repitió él mientras sonreía sin remedio.
-Tal vez el ángel se vaya si no le gusta la cena y deje al necesitado solo – bromeé mientras me acercaba a la mesa – .Eso será si el anfitrión no se porta bien.
-¿Por qué no iba a hacerlo? - formuló la pregunta de un modo sarcástico mientras , cómo no, apartaba la silla para que yo me sentase. Acto seguido se sentó él en la silla de enfrente.
-Quizá el ángel no es lo suficiente, y él se enfade por haberle mandado un ángel tan malo.
-Lo dudo mucho.
Es verdad. No debería de comportarme así, yo en esa cena tenía unos propósitos que por ahora no estaba llevando a cabo. Cuando bajé la cabeza para ver el plato, vi que había sido abastecido por un apetitoso sushi. También observé que la mesa estaba tapada por un mantel blanco impecable y por dos velas de pie de vainilla; el centro de mesa era un jarrón alto, hexagonal y de un matiz rojo intenso decorado con flores frescas en su interior, rosas, para ser más concretos.
-Has hecho un gran trabajo decorando esta mesa, haciendo esta cena y salvándome la vida – dije mientras le miraba fijamente y él estaba comiendo el plato con constancia.
Paró de comer y, como es de esperar, también fijó en mí su mirada.
-Yo creo que tú has sido la persona que me ha ayudado a comprenderte, eso vale aún más, Isobel – susurró con un tono un tanto sensual.
-Todo eso me encanta, Alex – interrumpí yo, como siempre, el momento – Pero hoy desearía aclarar algunas dudas.
-Puedes empezar por la primera, te escucho – pasó de ser apasionado a serio, era para verlo.
-Por ejemplo – me aclaré la garganta - , ¿a dónde te fuiste ese día, el de la discoteca?
-Ah, eso... - miró un momento hacia abajo sin mover la cabeza. Noté a la perfección que estaba nervioso – Él día que cometí tal error, me fui de la ciudad a Colonia, que se encuentra a más de 200 kilómetros de distancia. Yo tenía prácticamente claro que la chica con la que me había besado esa noche eras tú. Después de escribir aquella carta que seguramente tú hayas leído, hice mis maletas. ¿El por qué? Había dos. Uno, y el más importante, es que antes de venir aquí, me enteré que los hermanos Tompson aún estaban vivos y habían ido de visita a Colonia. Mi objetivo era seguirles y descubrir que tramaban esta vez. Ya sé que parece algo imposible, pues nosotros teníamos planeado ir a Berlín, pero en ese momento en el que tú te habías ido y mi padre había fallecido, debía continuar con unas pautas que ya estaban establecidas. En principio, mi objetivo no era ir a ese lugar, pues ellos eran para mi ya irrelevantes, pero ya que tenía la oportunidad, no pensaba rechazarla. El segundo motivo era que, después de tu supuesto rechazo, ya no podía continuar en esa ciudad que sólo me causaba dolor. Cuando llegué allí, a Colonia, me di cuenta de que era imposible que tú fueras ella. Tenía vagos recuerdos de su rostro y no os parecíais en nada. A tal punto, ya huí por pura cobardía.
Todo esto que me estaba contando Alex, cada vez me ayudaba a apartar de mi ese sentimiento receloso. Cada vez me daba cuenta de que todo aquello que había sucedido sólo había sido para mí un impulso a no poder vivir sin él y llegar a odiarlo por no estar junto a mí.

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