Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Su dócil corazón

-¿Acaso ahora me consideras burda y hostil?
-¿Te he mencionado ya que tu don por la poesía, inocente Calíope, hace de ti alguien especial?
-No lo había oído antes, noble caballero – me invadía la risa, las ironías no eran lo mío.
-De ser así, he de recompensarte – se levantó de la silla – acércate, noble protectora de las artes, y conocerás el sofisma que es la explicación del mundo sobre seres mitológicos. Para ello, te llevaré a un sitio real. ¿Deseas aceptar este viaje?
-Con gran placer.
-Pues partamos – cogió su maleta con una mano como el que coge una hoja de papel; con la otra cogió la mía.
Yo le seguí y abrí todas las puertas que se pusieron por delante. Toda la gente de aquel lugar nos miraba con expresión obscena, si se me permite la palabra. Parecían, ademas, disgustados ¿Qué esperaban? ¿Algún por que que explique la situacion? De todos modos, yo estaba concentrada en otras cosas.
-Oye, Alex, ¿has reservado los billetes de avión? - le dije mientras salíamos por la puerta principal – Porque si no, esto va a ser un problema.
-Tranquilízate, esta todo listo para ir a Berlín – caminaba algo nervioso por la acera para coger un taxi, que raro en él... - Solo que... el vuelo comienza a las ocho de la tarde y llegaremos allí a las cuatro de la mañana aproximadamente. Y luego entre coger un tren para ir a Berlín...
-¿Acaso el avión no aterriza en Berlín? - le dije con tono algo demente.
-No, en Bonn – estaba algo mas manso.
En ese momento, un cohe amarillo chillón se nos acercó y se paró con sutileza al ras de la acera.
-¿Queréis subir? -dijo el, por lo menos, agradable de vista taxista; con, por cierto, acento polaco.
-Sí, por favor, al aeropuerto – su voz era agradable, o más bien, educada.
-¿A qué terminal? - estaba mordiendo un palillo, y, también por el acento, me costo entenderle.
-A la quinta, zona sur.
Y es que hay que reconocer que el aeropuerto de Broken Hills era enorme. Solo había estado allí dos veces, pero mis vagos recuerdos me revelaron que tenía acogedoras tiendas de regalos decoradas, por aquella época en la que fui, con adornos navideños. También recordaba el dulce aroma a chocolate recién hecho y los cientos de pares de escaleras mecánicas. A diferencia de los demás aeropuertos (aunque no había visto nada más que dos más aparte de este), el Lowrin Socks era un aeropuerto en su mayoría, de color granate cálido; los sitios no estaban hechos a base de plástico, eran acolchados aunque algo duros, como los de las cafeterías modernas, y además, había una sala de descanso en lo alto del edificio, para poder descansar del viaje que acabas de hacer o poder prepararte para el que hagas. Era estupendo, me encantaba ese aeropuerto.
-¡Vamos, subid! - dijo rudo el taxista.
Alex colocó las maletas en el maletero y subimos.
-¿Qué tal te encuentras, Isobel? - susurró, supongo que para no molestar al taxista.
-Fantásticamente – le mentí.
Nerviosa, era lo que estaba en esos momentos.
-Me alegro – sonrió y a su vez saco del bolsillo el móvil – Voy a llamar a mi padre, aguarda un momento – se giró y no volvimos a hablar en el resto del trayecto hasta el aeropuerto.
-Bueno, chicos, ya está – dijo finalmente el taxista – Son quince dólares – sonrió.
“Impresentable” pensé yo.
Alex colgó y sacó el dinero.
-Deja, ya lo pago yo – no me gustaba que me pagasen las miserias, y menos las de un taxi.
-Por favor, déjame comportarme como alguien con uso de razón, no puedo dejarle pagar a una señorita – había ofendido sus principios.
“Pero él está ofendiendo los tuyos, Isobel, ¡reacciona!”
-Una señorita no puede dejar así una imagen de ella, además, ya estamos en el siglo veintiuno. No te sucederá nada, ya verás.
-Esto es inaudito, ¿por qué puedes llegar a ser tan terca, I...?
-Está muy bien que defendáis vuestros derechos, ¡pero pagad de una puñetera vez! - el taxista le dió un golpe al volante haciendo que sonase el claxon.
-Por favor, señor, compórtese, que hay señoritas delante – dijo él ofendido – . Aquí tiene su dinero – se levantó y abrió la puerta del coche – Vámonos, Isobel – me dijo en voz baja.
Cogió las maletas con algo de fuerza bruta y yo, sin decir nada, le seguí.
El aeropuerto estaba exactamente igual como la otra vez, como lo recordaba yo. El me guió a través de todo aquello, ya que, aunque me acordase de ciertas diapositivas, no me sabía guiar.
-Bueno, debemos de mostrar el billete y luego pasar por el control, ¿o prefieres dar antes una vuelta por los alrededores?
-No es necesario, pero aún así, gracias – elevé mis comisuras tímidamente.
-Bien, pues vayamos.
Andamos recto hasta encontrar la zona que buscábamos. Entregamos las maletas y enseñamos los billetes. Luego fuimos a la zona del control, pero para esto tuvimos que subir dos pisos.
-Impresionante esto, ¿no crees?
-Sí, venga, apuremos – se vio que mi comentario no era el más oportuno para aquella situación, él estaba algo estresado.
Cuando llegamos a aquella zona y pasamos, cogimos los asientos más cercanos a nuestro vuelo y los más cómodos del lugar, al parecer.
“¡No puede ser! ¿Aún quedan dos horas? Me voy a dormir...” pensé.
-Bueno, creo que voy a tomar algo para pasar el rato. ¿Vienes?
-Enseguida -estaba distraído mirando los aviones que despegaban.
-Lo tomaré como un sí.
Este comentario fue lo último que dije en una hora. Fui a la cafetería, y le esperé, pero no vino.
Pagué la cuenta y fui al baño para arreglarme un poco. Después, por angustia pura, corrí hacia la sala en la que le dejé.
Como si fuera una sorpresa para mí, no estaba.
“Dios, ¿por qué me ha tenido que tocar este chico, por qué?”
Repentinamente interrumpió mis pensamientos mientras aparecía de la zona de las tiendas. No llevaba aparentemente nada, habría ido a echar un vistazo.
-Te estuve esparando casi...
-Lo sé, lo siento.
De repente una voz femenina bastante alta y clara anunció:
“Los pasajeros del vuelo A-8 con destino a Bonn, Alemania, por favor, que pasen por la zona de embarque. Repito: Los pasajeros del vuelo A-8 con destino a Bonn, Alemania, por favor, que pasen por la zona de embarque”.
-Ese es nuestro vuelo, ¡vamos! - me trataba como si tuviese diez años. Tan enérgico y a la vez con tanta sorna...
Lo que faltaba para cundir el pastel, me agarró de la mano y tiró de ella para que andara con más rapidez. Cuando llegamos, entregó los billetes y pasamos sin complicaciones, eso sí, tuvimos que enseñar la documentación.
Cuando recorrimos el pasillo metálico que une el aeropuerto con el avión, me sorpredió algo la categoría del mismo. Por lo menos era de clase medio/alta.
-¿Por qué has cogido este tipo de avión? -le dije enfadada mientras tomábamos sitio.
-No soy pobre, Isobel, yo normalmente voy en esta categoría y pensé que te complacería lo sufuciente. Pero, con lo exigente que eres, ¡vete tú a saber!
-No lo entiendes, a mi me gusta ir en la clase normal, y no en ésta.
-Ya no se puede hacer nada – vaciló – Ahora siéntate y calla. Que vamos a despegar en unos minutos.
Me incomodó su exigencia, pero me aguanté. Una azafata anunció que nos abrochásemos el
cinturón, que despegaríamos en poco rato.
Se me hizo eterno, pero al fin el avión comenzó a moverse.
Todavía no estaba del todo acostumbrada a este desenfreno de velocidad, pero no me asusté lo más mínimo. Incluso pasé un buen rato.


Llevábamos quince minutos de vuelo, y ninguno de los dos había abierto la boca.
Hasta ese momento.
-Quería esperar un poco, pero se me hace imposible – sacó su bolsa y de ella una cajita envuelta con papel de regalo.
-¿Para mí? - me señalé inconscientemente y algo confundida.
-Ábrelo, por favor. Y no pongas excusas extrañas – se rió por lo bajo.
Me lo tendió y yo lo cogí sin intentar dar la impresión de ser avariciosa.
No era de las que les gusta guardan el papel y el lazo, así que lo abrí deprisa y sincronizadamente, eso sí, con toda la fuerza máxima para romper un papel.
Después de hacer esto, descubrí una cajita verde apagado bastante simple. Abrí la tapa.
-No puede ser – tenía los ojos como platos, y no exagero.
-¿No te gusta? Supongo que lo podré cambiar cuando regresemos – dijo resignado.
-Es precioso, muchas gracias – le sonreí. No todo el mundo te regala una pulsera de oro cada día.
Yo me quedé observando la pulsera y Alex mirando el paisaje gracias a la ventana del vecino.
Apagué mi móvil, no tenía ninguna llamada perdida de mi madre. Después escribí una historia en una libreta pequeña que nos habían regalado al entrar al avión.

Encendió la vela que se había consumido en tan sólo media hora. La había comprado en una pequeña tienda de la ciudad. Le había estado esperando durante dos horas, hasta que por fin comenzó la paradoja de un nuevo año. El insólito recuerdo que la inundaba cada vez la dejaba sin menos fuerzas y desvalida. No podía dar ni un paso. Cada vez que intentaba apagar la televisión, la copa de vino se derramaba. Su precioso vestido de seda azul ahora era rojo. Ni los ánimos que aún conservaba por que la visitase esta noche la ayudaban a resistir. Su pena era irreversible.
Somlienta estaba, la pobre muchacha, aún así le esperó durante toda la noche, y, si hubiese podido, durante toda la vida. Lástima que la de él se destrozó por no haber ido esa noche.
-Y que los sentimientos le corroan – dijo ella enfrente de su tumba.

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