Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

domingo, 6 de diciembre de 2009

Muñeca de trapo

Me senté en la acera, pegada a la pared. Ya no me era relevante ni el vestido de seda, ni el bolso, ni el perfume... Sólo deseaba apartar esa imagen de mi cabeza, ¿pero cómo?
"¡Ojala te mueras!" la situación era triste, mi actitud ahora violenta.
Insensata Izzie. No ves la realidad. Crees que él solo tiene ojos para ti. Brillantes, resplandecientes, y con ganas de comerse el mundo. Como la primera vez que le viste. Sabías que era para ti, casi estabas segura. Te hiciste la dura y luego te encariñaste. ¿Y qué consigues? Desprecio, tracición y lamentos.
Tal vez te lo merecías, quizá esto sea lo mejor que te ha podido pasar. Son las siete de la tarde, y tu estas aquí, tirada, indefensa. Es como si tu alma se hubiese desprendido de tu cuerpo, y estuvieras vacía por dentro.
Esto te vale como lección. Algún día te rogará que le perdones. Tu permanecerás inmune a sus ruegos, y callarás otorgando tu amor hacia él, mientras que te mirará alegre y te vuelverá a manipular, como a una muñeca de trapo.
"Ríndete, Izzie, ríndete"
Así hize. Se preguntará, el lector, que quería decir esa frase en ese momento. Para mí era la perdición y el nuevo empezar. Así que, como toda modelo con algunas fuerzas aún, me levanté con el maquillaje corrido y arrastrando mi dignidad por los suelos. Ya no me importaba él, ni ella, ni yo misma siquiera. Sólo sacar de mi mente esta última semana, de tantas emociones y adrenalina, como el corazón me lo ha permitido, pero sin duda, esta la mayor de todas.
Conseguí llegar al hotel, pues, aunque no fuese de mi agrado regresar, por lo menos debía de empaquetar mis cosas.
El mágico hotel que había visto por la mañana ya sólo era la casa del terror. Subí por el ascensor, pues me faltaban las ganas para subir escalones, y llegué a la habitación 308.
Estaba como yo la había dejado. Desordenada, cómo no. Recogí, sin tocar sus cosas. Lo metí todo rápidamente en la maleta; me cambié con mis ropas más sencillas y, puse rumbo.
-¿A dónde va? - me preguntó el recepcionista cuando ya me disponía a salir.
-No es de su incumbencia - le dije mirándole fijamente, y seguramente también con expresión cansada - Ahora, si me disculpa...
Salí de allí como quien sale de su aula. Corrí hacia un taxi, pues aunque no tuviese rumbo aún, no quería seguir más en aquel lugar.
-¿A dónde la llevo, señorita? - el taxista hablaba perfectamente inglés.
-Coga la principal, por favor - dije mientras me sentaba en la parte trasera del coche -, ya le diré donde parar una vez que estemos allí.
El taxista no se quejó y arrancó a una velocidad trepidante. No quería compañía, ni charlas de ánimo ni nada que se le pareciese. Yo estaba llorando, pero el conductor se centró en la carretera, evitando cualquier pregunta que pudiese llegar a mi estado máximo de desesperación.
-Pare aquí - le dije ya algo mas calmada.
-De acuerdo - apagó la radio - Son...
-¿Le puedo pagar en dólares?
-En ese caso, son 5 dólares.
-Aquí tiene - se los tendí.
-Buena suerte, señorita, buena suerte.
Bajé del taxi. Acto seguido abrí el maletero y cogí mis maletas. Me despedí del taxista con un gesto de mano.
"¿Qué voy a hacer ahora?" quería volver al hotel, era verdad. Pero en esos momentos me era imposible. Quizá estuviese siendo una cobarde por huir, pero algo me impedía quedarme. Y yo sabía lo que era.
Andé en el arcén un kilómetro aproximadamente. Estaba muy oscuro, porque ya debían de ser las nueve. Y aunque fuese un poco contradictorio (porque en Alemania era verano), estaba siendo completamente sincera.
No podía conmigo misma, hasta que, por un milagro, divisé una pensión a lo lejos. Corrí hacia ella lo más que pude. Por suerte conseguí llegar.
La descripción sobre la pensión era como toda descripción de pensión se merece. Un edificio que parecía de renta baja (pero incluso era peor), ventanas que no están atornilladas por sus puntos de conexión, unas escaleras que conducían a la entrada rotas y desgastadas por el tiempo y, finalmente, un letrero luminoso que llamaba la atención de cualquier persona desesperada, como era mi caso.
Entré.
La recepcionista me estaba hablando en alemán. La verdad es que en una pensión no contratarían nunca a una chica que al menos tuviese una nivel de otro idioma, aparte del natal, aunque sea medio. Así que, como pude, le intenté hablar en algunos idiomas (que yo tenía nociones sobre bien pocos) para ver si sabía alguno.
Le hablé en francés y me entendió, así que, con mis nociones básicas, pedí una habitación.
Era una pensión muy pequeña, por lo que no tenía nada más que un piso. Me dirigí hacia mi habitación, que era la primera puerta a mano derecha. Pude comprobar que la llave encajaba, así que me resigné a entrar.
Estaba bastante descuidada. Con paredes de madera rasgadas y con arañazos, techo blanco con algunas grietas y ciertos pequeños agujeros, cama sin sábanas, lavabo manchado, etc.
No quería pensar en ello ahora. Me intenté acomodar en la cama, cubriéndome con un abrigo que había sacado de mi maleta y había traído hasta aquí por si hacia frío. Me era imposible dormir. En mi cabeza solo él, él, él y él. Como no podía dormir, decidí rebuscar en el cuarto algo con lo que distraerme.
Casualmente, y sin quererlo, encontré un papel debajo del colchón. Era publicitario. Ni una nota, ni una mensaje secreto, nada. Sólo una peluquería que solicita peluquera. El plazo era hasta el 4 de junio.
"¡Todavía estás a tiempo, cógelo!"
Entonces caí en la cuenta de que mi mente tenía razón. No tenía ni siquiera 20 dólares, por lo que tampoco tenía dinero suficiente para volver. Lo necesitaba urgentemente. Además, ¿qué otra opción me quedaba? En ese momento, pensé que hasta sería emocionanate. Trabajar en Alemania... sería toda una experiencia. Nadie me echaba en falta en Broken Hills. Y, otra ventaja, me distraería y me olvidaría de él por un tiempo. Por un tiempo y para siempre.
Mientras pensaba en esto, vi una muñeca sin un brazo y con el ojo descolocado. Me acerqué a ella y la agarré con fuerza. Era lo único que más se acercaba hacia una persona en ese momento y en la que me podía apoyar sin nada a cambio.
"¡Oh, infancia! ¡Qué bonita eras mientras duraste!"

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