Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

domingo, 20 de diciembre de 2009

Un mecano construido con rapidez

-No es nada, simplemente que los resultados me han impresionado - dijo Bill, todavía sangrándole la mano.
-Ha sido todo muy angustioso para mí - dije, mientras mi cuerpo se enderecía y mi expresión se turnaba a seria - Por un momento creí que te había dado un infarto.
-Yo también lo creí, la verdad - me dijo incluso con una amplia sonrisa - Bueno, afortunadamente no ha sucedido nada de lo que podamos preocuparnos.
-Afortunadamente - repetí.
-Bien Izzie, ya tengo tus resultados - proclamó.
-Por favor, dime lo más primordial, no necesito que entres en detalles - estaba mirando de reojo los papeles, lo reconozco.
-Bien... Em.. - se aclaró la garganta - Siento decirte que sí. Tienes el síndrome.
Me quedé helada.
-Pero, debo decir a tu favor, que es el único caso que tiene cura. Por lo menos que se haya conocido.
Eso me animó. Pues es cómo si tienes cáncer pero tiene cura. Lo mío era una enfermedad, pero no mortal. Suponía.
Bill se quedó callado y yo también. Todavía estaba pálido y le chorreaban unas gotas de sangre procedentes de la mano. La moqueta había absorbido el café y la taza estaba distribuida en pequeños cascos. Era todo un escenario escalofriante.
Como vi que la conversación no daba para más (lógico, ya que yo no le había pedido detalles) , comencé a recoger lo que más destacaba y más convertía la habitación en puro desastre. En ese momento, llegó un chico con el pelo castaño, ojos claros y muy, muy sexi.
-¿Qué ha pasado? - le preguntó a Bill, como si yo no estuviese en la habitación en ese preciso momento.
-No ha pasado nada, sólo que se me ha caído una taza de café.
-Ah... - se acercó más a él apoderándose de una de las sillas de plástico que se encontraba cerca de la suya - Y, ¿quién es esa chica?
-Una amiga de Alejandro - esa defición no me complacía, pero no debía irrumpir - Le recuerdas, ¿no?
-Me temo que no, no le recuerdo.
-Deberías - le dijo él algo ofendido, por lo que noté.
-Bueno, me voy a ver a Austrie. Adiós.
Bill no se despidió de él, tan siquiera lo miró. Sólo giró la cabeza bruscamente y busco una posición relajada para poder descansar. Tras un rato, vio lo que aún estaba haciendo y se dirigió a mí.
-Por favor, Izzie, ¡deja eso! Ya lo recogerá ese chico tan arisco al que acabas de conocer.
-¿Quién es, Bill?
-El marido de Austrie, a ella la conoces, ¿verdad?
-Sí.
-Verás, ellos dos son mis hijos adoptivos. Los adopté hace unos 16 años. Ellos dos han sido mi vida desde entonces.
-Pero entonces, ¿cuántos años tienen?
-Austrie tiene 30 años, y Lucas 31.
-¿Por qué los adoptaste?
-Por aquel entonces, me sentía muy solo - recuperó su posición original, la que usó para comenzar a inspeccionar mis resultados - Había tenido un pequeño percance, y me mudé aquí sin tan siquiera saber por qué - hizo una corta pausa - Cuando vine aquí, no recordaba nada de mi vida anterior. Tan sólo sabía que había estado casado.
-Si habías perdido la memoria, ¿por qué nadie se hizo cargo de ti?
-Tal vez cuando supieron que tenía amnesia, desistieron de mí. Dejándome sólo - miró hacia otro lado con expresión apenada - Aunque no me hagas mucho caso, pues como ya sabes, no recuerdo nada.
-Bueno, creo que ya me he entrometido demasiado en tu vida, mejor me marcho.
-¡Espera! - gritó de repente, hundiendo todas mis energías positivas de golpe - Debes volver mañana, vamos a empezar con el tratamiento.
-De acuerdo, ¿a la misma hora? - le dije ya cerca de la puerta.
-Sí.
-¿Quieres que llame a Austrie? - le pregunté.
-No es necesario, puedes ir.
-Vale, como quieras. Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Salí por la puerta intentando no hacer mucho ruido, pues tenía miedo a que se sobresaltase.
Mientras caminaba por el largo y ancho pasillo, divisé a Lucas apoyado contra la pared y con la cabeza gacha.
Fui valiente y le pregunté que pasaba.
-No pasa nada, no te metas en mis problemas - me dijo rudo.
Le ignoré y seguí caminando. No quería hablar con depresivos.
Tal vez debiera de hablar con Austrie en ese momento, pues me la encontré fregando los platos en la cocina, pero decidí respetar las decisiones del señor Fenessy.
Me disponía a salir cuando alguien se dirigió a mí.
-Adiós, Izzie - era Austrie, no me hizo falta ni volverme hacia ella.
-Hasta mañana - quería dejarle claro que volvería, así tal vez, fuese a preguntarle el por qué a Bill. Era una confesión indirecta.
En ese momento sí que abrí la puerta y salí.
Eran las siete, no era muy tarde. Me daba tiempo a prepararme.
Caminé de la misma forma que lo hice para venir hasta donde estaba. A paso tranquilo.

Al yo llegar a la pensión, los dos forasteros estaban discutiendo y la recepcionista intentando pararlos, pues estaban a punto de pegarse.
-Mademoiselle, s'il vous plaît, aidez-moi!
Hice lo que me dijo. Intenté retener al forastero ancho de huesos mientras que ella apartaba al delgado del otro.
Los dos se separaron mirándose de modo despectivo y enfadados. Uno fue al comedor y el otro decidió entrar en el pasillo que conducía a las diferentes habitaciones.
-Merci, je sais que j'aurais fait sans vous.
-Ce n'était rien - al decir esto, descubrí que tenía mucho acento - Je vais dans ma chambre, si je mai...
Prácticamente corrí hacia mi habitación. Cuando entré, rebusqué entre mis cosas y no tuve más remedio que utilizar el vestido que usé para salir a la ciudad ese día. Me resultó desagradable, pero había que hacerlo, pues no me quedaba otro.
Al igual que la otra vez, me rizé mi insulso pelo y lo preparé para deslumbrar más que nunca. También decidí llevar uno de mis mejores bolsos. Y, por último, el maquillaje y las gotitas de channel.
Me acordaba de una anécdota. Me acordaba de una vez en la que había quedado con una chico. Yo iba muy arreglada, pues sinceramente no sabía como ir. Cuando llegué, vi que él iba de chándal, y que me había invitado tan sólo a hacer botellón. Me enfadé muchísimo, tanto que le tiré el vaso de whisky a la cara. Me escapé de allí y nada más llegar a mi casa, llamé a Sharon y se lo conté todo, pues ella había pasado por algo parecido. Nunca más le volví a hablar. Todo por no haber sido explícito.
Mientras rememoraba todo esto, me sobresalté al ver la hora; ya eran las 8 y media de la tarde.
Salí apresurada de la habitación y también de la pensión. Por una vez, había una pila de taxis en la carretera, lo que me pareció extremadamente extraño, pero también muy oportuno.
Me subí a uno cualquiera, puesto que no era el tiempo de pararme a pensar.

Este taxi tardó 25 minutos en llevarme al centro de la ciudad, pues se había parado en varias ocasiones para insultar a demás vehículos que irrumpían el paso. Finalmente, me dejó cerca del portal.
Yo andé tan velozmente como pude, ya que llevaba tacones de gran altura.
Le vi. Estaba justo en ese posición, sí. En la de "me recuesto contra la pared y soy el rey". Mis palabras no tenían intención de ofensa o algo parecido, simplemente me resultó gracioso y despampanante.
-Hola - dije sonriente.
-Estás... - dijo mirándome con ojos como platos.
-No hace falta que busques adjetivos - le vacilé.
A él, como parece que no le hizo gracia el chiste ni lo pilló, esbozó una gran sonrisa, que le hacía quedar peor aún.
-¿Vamos? - dije apagando su sonrisa.
-Primero las damas - estiró el brazo para indicarme que pasase.
Yo, por una vez, no fui tan modesta y decidí escucharle.
-Por la derecha - me dijo él, ya que yo iba por la izquierda.
"Iría bien si me dijese dónde está el sitio al que me ha invitado" pensé.
El resto del camino, afortunadamente, fue bien.
Cuando ya íbamos por la calle en la que estaba el restaurante (yo al menos predecía que lo era), me vendó los ojos con un trozo de tela negra que se había arrancado del smoking.
"Es algo descuidado, pero por lo menos va vestido formal" para mí, eso era una virtud. Saber cuando debes ir bien vestido y cuando no.
Me tuvo que llevar agarrándome por los hombros. Por un momento me planteé la cuestión de que qué hacía yo ahí y por qué.
Súbitamente, noté un calor rozándome los brazos. Significaba que ya estábamos dentro del local. El ambiente era increíblemente relajado. Ningún tipo de murmullo o cubierto contra un plato se oía. Tan sólo yo notaba sus manos. Era lo único.
Me quitó la venda.
-Ya puedes abrir los ojos.
Todo era sencillamente hermoso. Velas en cada sitio al que dirigías la vista, mesas con manteles blancos y flores en su superficie. Paredes de madera auténtica y un suelo suave de moqueta. Y, lo más importante, nada más que él, un camarero y yo.
-Aún no me lo puedo creer - le dije en un tono de voz muy suave, todavía dándole la espalda y él todavía agarrándome por los hombros.
-Créetelo - hizo que le mirase a los ojos - Esta sala, esta noche, sólo para ti y para mí.
-Increíble.
Me cogió inesperadamene de la mano conduciéndome hasta una mesa apartada de todo. Donde las velas relucían más que en todo el salón.
-Es mágico, ¿no crees? - por primera vez me fijé en su brillante sonrisa y como contrastaban sus blancos dientes con el color de su piel.
-Sí, claro - dije algo atontada - Por cierto... ¿te puedo preguntar cómo te llamas?
-¿Realmente quieres saberlo?
-Por supuesto.
-Me llamo Jared.
-Me encanta ese nombre - intenté parecer seductora, ¿lo habría conseguido?
-¿Puedo - después de mi pequeña confesión - saber el tuyo?
-Me llamo Isobel, Izzie.
-¿En qué quedamos? - dijo ampliando su sonrisa aún más. Sólo quedaba más imbécil por minutos por hacer esos chistes tan malos. Aunque, dicen que los chistes malos son buenos... para la salud, claro.
-Mi diminutivo es Izzie - le dije intentando seguirle el rollo.
-Bien, Izzie, ¿qué vas a tomar?
-Me vale con cualquier ensalada, ya sabes, las chicas y sus dietas.
-Claro, ¡cómo no! No intentaré convencerte de lo contrario, te lo aseguro.
Lo extraño de todo esto, es que me sentía muy cómoda con él. Comenzaba a decir más tonterías por minuto. No era usual en mí, no lo lograba entender.
Se acercó el camarero para tomar nota. Él, para hacerme compañía, también pidió una ensalada.
-¿En serio?
-Todo mejor que nada, ¿no?
-Supongo, sí.
En casi menos de cinco minutos, las dos ensaladas ya estaban enfrente nuestro.
-Muchas gracias, Charlie.
-Siempre es un placer - le contestó el camarero, que rondaba los 45 años pero que parecía amable y comprensivo. Se fue enseguida, supongo que para no molestar.
-Esto está asqueroso - dijo simulando cara de repulsión.
-Lo mismo digo.
Los dos nos reímos, casi como si nos conociésemos de toda la vida.
Así, entre bromas y chistes, seguimos hablando durante toda la cena. Al mirarlo, me recordó por un momento a él, cuando se reía.
Cuando los dos terminamos la ensalada, nos pedimos dos copas de vino. Primero tomamos una, después otra, después otra... Hasta que finalmente acabamos dipsómanos.
Yo ya no podía tenerme de pie. Ni tan siquiera sentada. Él me cogió con las únicas fuerzas que le quedaban y pagó la cuenta. Yo oscilaba demasiado como para intentar pagarla yo.
Al salir, él todavía me agarraba. Me apoyó contra la pared y me susurró, simplemente igual que ayer.
-Te amo.
Yo le miré a los ojos y él me besó. Pero no un beso cualquiera. Un beso de verdad. Casi con amor, o por lo menos me lo pareció a mí.
Se separó de mis labios y pidió un taxi. En el nos subimos los dos. Él me besó de nuevo. Con más entusiasmo.
El taxi no tardó casi nada en completar su recorrido. Se paró justo enfrente de un hotel que parecía muy caro y lujoso. De nuevo, Jared me bajó del taxi y arrastró hacia la entrada del hotel y después hacia recepción. En cuanto podía, me daba un beso rápido.
Según me acuerdo, solicitó una suit. La cual la recepcionista no tardó en darle. Él dio una señal y apresuradamente le arrebató la tarjeta de sus manos. Subimos por el ascensor. Yo, sinceramente, me sentía estupendamente. Salvo por el pequeño detalle de que no me tenía en pié. Al llegar, pasó la tarjeta por el sensor y entramos ya con los labios juntos. Nos echamos en la cama y él comenzó a besarme en el cuello.
A partir de ese momento, no me acuerdo de nada más. Sólo puedo decirte, lector, que fue la cena más romántica y sensual de mi vida.

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