Para mi blog

Me gusta mi blog. Porque:
-Cuido lo que escribo
-Utilizo el vocabulario más rico que me puedo permitir
-Desarrollo la historia de un modo muy directo
-Me gusta la cantidad de personajes que hay y como son
-Hay gente que lo sigue y deja comentarios, y eso los honrra.
Me gusta mi blog. Y nadie me va a hacer cambiar de opinión. (:
Leelo, si tienes tiempo, igual te gusta...

viernes, 4 de diciembre de 2009

Te quiero, pero sólo me destrozas por dentro

No podía rendirme, no podía echarme en la cama y hundir mi cabeza en mis brazos, no podía seguir con este ritmo de vida, no podía... practicamente hacer nada. Solo quedarme quieta, firme, y reprimiendo mis sentimientos. Tal vez fuese la mejor opción.
Pero, no fue la debilidad lo que me llevó a llorar como una desconsolada como una niña a la que encierran en un cuarto solitario y oscuro por haberse portado mal, no. No estaba segura, pero me sentía mal.
Y no hablo físicamente, que también, solo que la rabia se convirtió en falta de ganas de luchar. El recepcionista algo atolondrado me había hecho más daño que si el beso hubiese sido en la pequeña ciudad de Broken Hills hace una semana. Si él no existiera y no me hubiera traído hasta aquí, ni hubiera conocido el sabor del beso del recepcionista alemán ni hubiera dejado abandonadas a mi madre y a mis amigas. Era como un golpe por la espalda, que lo más te causa no es dolor por la herida, sino por la tración.
Quizá no fuese el mejor ejemplo, porque al fin y al cabo Alex no me había traicionado, sólo me había hecho perder la cabeza. Parece tan sútil como, por ejemplo, una uña que se rompre por accidente y se separa de lo que realmente depende. Mi cabeza dependía de mi cuerpo, y si esas dos partes se separaban, ya estaba definitivamente perdida.
Así que, como toda empedernida adolescente que nunca escarmienta, hice la acción más normal y común de todas: encerrarme en el baño, mirarme al espejo, y reírme de mi misma hasta llorar por ella.

Cuando ya había perdido la noción del tiempo, alguien entró. La sensación de tristeza me impidió hacerle hueco a la otra, que era la desgana de que entrara en la habitación y me viese así.
-¿Hola? - era él, como no, voz varonil cuando siente la presencia de uno de los suyos y voz tierna y tranquila cuando se refiere a las chicas.
Recogí el baño, por cierto, de preciosos muebles y lujoso hidromasaje, y salí a dar la cara, aunque no fuese mi especialidad.
-¿Qué te ocurre? - su voz fue algo imperturbable.
-Nada - miré hacia otro lado.
-Ah - su voz ya fue más serena.
Tuve que suspirar, me hacía cansi tanta falta como respirar.
-Quiero hablar contigo - le miré a los ojos - Tú... ¡eres un impresentable!
-¿Qué sucede ahora?
-Pasa que no atiendes a razones, que eres un inmaduro, solo sabes emperifollar tu persona y haces todo cuanto esté en tu mano asistir a las desgracias de la gente que tienes cerca y chocarles para que les duela más el duro golpe que pueden haber recibido y que puede haber sido por tu culpa - estaba rabiosa, y quería llorar y gritar a la vez - ¿Acaso piensas que eso es de personas a quienes les queda algo de decencia? A mí me parece que tu no tienes ninguna.
-¿A qué viene esto, Isobel? - me miraba de hito en hito con expresión triste, para hacerme sentir culpable y frenar mis palabras.
-¿Crees que no me doy cuenta, "ínclito Alejandro Campos"? ¿Acaso piensas que por que yo tenga los ojos rojos, sean las 12 de la mañana y que acabamos de tener una discusión estoy llorando por ti? Pero, ¡qué palabras salen de mi boca! Si ni siquiera pudiste notar el rastro de lágrimas en mis mejillas.
-No seas así, no me lo merezco. Y menos tú. Relájate un poco, y dejaré que mi compañía no impida el deseo tuyo de liberar todas las lágrimas de tus ojos y no reprimirlas - me acarició la mejilla con las yemas de los dedos y se marchó.
No dije nada, no podía. Dejé que tomara su camino y se fuera. Yo estaba peor que él en esos momentos y, aunque me pareciera avaricioso e incorregible, le di la razón. Puede que la soledad me ayudase a reparar mis heridas.
Rebusqué en mi maleta y, como pude casi predecir, había un libro. Decidí leer los hermanos Karamázov, ya que lo tenía pendiente. Repentinamente, me acordé de que, hace dos horas, tenía la intención de releer la tesis; ya se me habían pasado las ganas, y era lo que menos me apetecía hacer en ese momento.
Leí 50 páginas. Tras esto, me quedé dormida en el rincón mas remoto de la habitación, apoyada contra la pared. El movimiento de los huéspedes del hotel me ayudó a recobrarme. Mire el reloj puesto alrededor de mi muñeca: eran las 4 de la tarde.
Me levanté y descubrí que tenía la espalda destrozada, y que además me dolía el estómago muchísimo. Seguramente me solicitaba comida. Así que bajé al restaurante del hotel con la esperanza de que aceptasen dólares. No quería salir a la calle a cambiar las monedas.
Tal vez fuera cobarde y puede que también insolente de mi parte, pero en cuanto vi al recepcionista, lo esquivé y no me faltó mirarle de modo indignado, aunque preferí guardarme esa sucia mirada para mí.
"Te la mereces" manifestó la parte sensata de mi mente.
"Sí, puede ser" añadió la optimista, que este caso era casi obra mía, y no de la parte optimista. Porque la optimista hubiese dicho "No le hagas caso, sigue adelante" pero yo sabía que eso ahora era imposible.
Andé sin darle mas rodeos a nada, sólo me concentré en las palabras que podía incluir, de entre otras cosas, en mi encuentro de mañana con el padre de Alex. Mi vobulario, al contrario que mi vergüenza, era muy limitado comparado con el de, seguramente, aquel señor.
Sin siquiera darme cuenta, me encontré enfrente de exquisitos manjares a mi disposición completa. Agarré con rapidez un plato y eché en el patatas y pollo. Después, lo sazoné como mejor pude y, comenzé a comer.
Todas las personas de aquel lugar, por al menos su aspecto, parecían muy refinadas. No es que me desagradara o casi me porduciese escozor en los ojos, sólo sentía vergüenza ajena. Pero tampoco había que convertirme en la estrella de la noche, ya que estaba delirando a causa de discusiones y demás cosas.
Casi en tiempo récord, terminé de llenar mi estómago con aquella comida y fui a pagar con los mejores modales que la situación y mi estado de ánimo me ofrecían.
-Buenas tardes - dije manteniendo la postura y permaneciendo neutro.
-Buenas tardes, mademoiselle - me dijo el bigotudo encargado del catering - ¿Viene a pagar la cuenta?
¿Que ocurría? ¿Aquí todo el mundo tenía acento, incluso aunque no fuese alemán?
-Sí. ¿Aceptan dólares?
-Por supuesto, mademoiselle. ¿Desea pagar en efectivo o con tarjeta?
-En efectivo, ¿cuánto sería?
-Mmm.. si es en dólares... 46$.
-¿No es un poco caro?
-¡No tema! ¡Ja, ja, ja! - se rió con hipérbole - Es que ahora subimos los precios.
-Si se me permite opinar, debría de ser al revés. Estamos acabando el verano, con que los precios deberían decrecer.
-Bueno mademoiselle, no le voy a bajar el precio de la cuenta. Así que vous deme el dinero y váyase.
-De acuerdo, no se ponga así - saqué el dinero de la cartera y se lo di - Aquí tiene.
-Hasta otra.
"Ni los sueñes, yo no vuelvo por aquí con este servicio" pensé.
Pero, de todas formas, me despedí.
-Adiós.
Maleducadamente, pero lo hice.
Subí a la habitación para asearme y de paso ver si estaba Alex. Volví a subir por las escaleras; tenía que subirme los ánimos como sea.
Al llegar, me dispuse a preparar un baño de sales cuando de repente me sonó el móvil. Respondí.
-¿Hola?
-¡Hola, cariño! - mi madre parecía muy relajada.
-¿A que se debe tu felicidad? - se oía un poco mal, pero creo que entendió lo que quería decirle.
-No estoy feliz, cariño. ¡Estoy eufórica! - hizo una pausa - Ayer conocí a alguien. Siento no haber pasado ayer por casa. ES que me invitó y bueno...
-¡¿NO HAS PASADO POR CASA?! ¡¿NO SABES DÓNDE ESTOY?! - mi enfado ya no podía ser mayor.
-En casa de Erin, ¿no? Me llamó ayer su madre por teléfono y me dijo que te quedabas allí esa noche. ¿Ya vienes para casa?
-Mamá, ¡NO ESTOY EN CASA DE ERIN! ¡No estoy ni en su casa, ni voy para allá, ni estoy en la ciudad! ¡NI SIQUIERA ESTOY EN EL PAÍS!
-¡¿QUÉ?! - el tono de alarma de mi madre me colapsaba, pero debía de seguir hablando.
-¿Ni siquiera has mirado la nota que te he dejado en la cocina? - ya no me sentía estúpida conmigo misma, ahora sentía enfado hacia mi madre.
-¡¿Qué nota?!
-¡La de la cocina!
Se podía oír como corría desesperada hacia la cocina incluso aunque su móvil estuviera a metros de distancia de ella.
Hubo una pausa de un minuto. Un minuto que yo pasé angustiada esperando la, puede ser atroz reacción, de mi madre hacia la nota.
Se volvió a escuchar como regresaba del mismo como el que se fue. Solo que igual con la respiración menos rítmica.
-¡NO PUEDE SER! ¡Isobel Starduck! ¿Qué he hecho yo para merecer esto, qué? - estaba llorando.
-Mamá...
-No quiero hablar contigo. Ni dentro de un rato, ni mañana, ni ¡NUNCA! ¿Me entiendes? ¡NUNCA!
Me colgó.
Tal vez esa reacción fuese la más considerada por su parte.
Decidí alejar de mi mente esa idea. Mi madre se calmaría, tarde o temprano lo haría. Sólo había que dejarle tiempo y dejar que dejase rabia aparte y también la coherencia, de paso.
Alex no estaba. Era algo bastante obvio que el lector seguramente haya adivinado. Aún así, quería decirlo, pensarlo... No estaba, era una realidad.
¿Qué iba a hacer? Me sentía tan mal por todo lo que había sucedido...
Aunque no fuese lo más sensato, decidí salir a dar una vuelta con un mapa que debía de haber comprado por la mañana pero que se me olvidó comprar.
Me arreglé. Casi como lo habían hecho los estilistas hace 4 días. Salí de la habitación, con un vestido de seda, unos rizos vivos y destacables que me llegaban hasta el hombro, el perfume de channel y un bolso negro de piel.
Sí, así era yo, lector. Me gustaba mimarme. Me gustaba sentir algo que no soy por lo menos por una hora. Me gustaba lo imposible. Y también, por desgracia, lo que no me convenía.
Todos me miraban. Mujeres con sus esposos, universitarios, los esposos de las mujeres, niños, bebés, perros, gatos, incluso chicas jóvenes que incluso estaban más arregladas que yo.
Andé por la calle sin llamar demasiado la atención (o al menos lo que me permitió mi aspecto), y fui al quiosco más cercano, con mis conocimientos de inglés a por todas (y también a por un mapa).
Cuando lo conseguí, tras entablar una compleja charla con el quiosquero, localizé una zapatería a la que me dirigí, ya que me hacían falta unas botas y eso me ayudaría a despejar mi mente.
Caminé, observando detenidamente la belleza de las calles. Hacía un poco de calor, pero se estaba bien.
Tras andar de un lado para otro y preguntar a algunas personas, encontré la zapatería, que por afuera tenía buena pinta.
Entré para ver si tenían lo que quería, pero me dijeron que en aquella época del año no estaba disponible.
Salí resignada de la tienda y decidí dar un paseo agradable por la ciudad.
Una calle me lamó la atención en especial. Tan sólo eran las 6 de la tarde y una discoteca ya tenía las luces puestas y, como no, la música también.
Me acerqué para echar un vistazo. Quería ver una discoteca alemana, aunque fuese por fuera.
Pero no fue precisamente eso lo que me encontré.
Él, sí él. El que tu conoces lector, y al que yo llamo "él", estaba con "ella" (que quiere decir otra) dándose un beso, vulgar y asqueroso. Como la propia chica aparentaba ser.
Era increíble. Y yo que estaba arrepentida...
Salí de allí corriendo y de repente comenzó a llover. Saqué un trozo de papel y un bolígrafo de mi bolso y escribí:
Tú, sí tú. El inocente y el amable. No eres más que una basura. Espero que no seas así siempre, canalla y rastrero, y aprendas de una vez porque nunca te podré querer. Yo sabía que no podía confiar en ti, y que quede sepultado, porque una persona traidora como tú no entendería ni unas palabras tan simples como estas. Disuélvete, como éste papel y no te intentes cubrir del agua, porque saldrás perdiendo.
Adiós, traición, adiós.




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